«Proposiciones» del Sínodo sobre la Eucaristía (1-50)

Proposición 4

La Eucaristía es un don que brota del amor del Padre, de la obediencia filial de Jesús llevada hasta el sacrificio de la cruz, hecho presente para nosotros en el sacramento, de la potencia del Espíritu Santo que, llamado sobre los dones por la oración de la Iglesia, los transforma en el Cuerpo y en la Sangre de Jesús. En ella se desvela plenamente el misterio del amor de Dios por la humanidad y se cumple Su designio de salvación marcado por una gratuidad absoluta, que responde sólo a Sus promesas, cumplidas más allá de toda medida.

La Iglesia acoge, adora, celebra este don con trémula y fiel obediencia, sin arrogarse ningún poder de disponibilidad que no sean los que Jesús le ha confiado para que el rito sacramental se realice en la historia.

Bajo la cruz, la Santísima Virgen se une plenamente al don sacrificial del Salvador. Por su inmaculada concepción y plenitud de gracia, María inaugura la participación de la Iglesia en el sacrificio del Redentor.

Los fieles «tienen derecho a recibir abundantemente de los sagrados pastores los bienes espirituales de la Iglesia, sobre todo las ayudas de la Palabra de Dios y los sacramentos» (LG 37; cf. CIC can. 213; CCEO can. 16), cuando el derecho no lo prohíba.

A tal derecho, corresponde el deber de los pastores de hacer todo lo posible para que el acceso a la Eucaristía no sea impedido en la práctica, mostrando a este respecto solicitud inteligente y gran generosidad. El Sínodo aprecia y agradece a los sacerdotes que, incluso a costa de sacrificios a veces grandes y arriesgados, aseguran a las comunidades cristianas este don de vida y las educan a celebrarlo en verdad y plenitud.

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