Testimoni de Cristina Ribot, verge consagrada d’Urgell, a Salamanca

Durant l’Encontre nacional de l’Orde de les Verges Consagrades a Salamanca del 2 al 6 d’agost, la verge Cristina Ribot, de Sant Julià de Lòria, Principat d’Andorra i Bisbat d’Urgell, oferí el seu testimoni de la Trobada internacional al febrer a Roma, amb el Papa Francesc, que us oferim a continuació tal com el va expressar a Salamanca:

«Buenos días a todos,

Cuando Margarita me pidió que diera mi testimonio sobre el “Encuentro Internacional de la Vida Consagrada”, que tuvo lugar en Roma del 27 al 31 de enero de este año, no le respondí de inmediato. Sentía que me faltaba tiempo para comprometerme, ya que me iba a Clermont-Ferrand, el día siguiente para asistir a la ceremonia de consagración de una amiga en el Orden de las Viudas.

Poco antes de la ceremonia de consagración de mi amiga, me presentaron a Claire, Virgen Consagrada en Auvergne. Su rostro me parecía conocido. ¿Dónde la había visto antes? Le pregunto si había estado en Roma. Me contesta: “Estuve, y tú te cuidabas del guardarropa.” ¡Un bonito guiño de Dios!

De vuelta a casa, pienso en la palabra guardarropa. El Señor me llama, me enseña cómo la pedagogía divina se ha puesto en marcha y, al mismo tiempo, me muestra de qué manera debo dar testimonio y así responder a la petición de Margarita. Desde ese momento, dos palabras se me quedan en la mente: guardarropa y misión.

Antes de mi partida hacia Roma, Pura me llamó por si quería hacerme cargo de la recepción de los participantes de lengua francesa. Contesto que sí.

Al llegar a Roma, con casi dos horas de retraso, nos dirigimos rápidamente al Antonianum, lugar de encuentro del Ordo Virginum. Para presentarme me fui hacia el lugar de recepción de lengua francesa. Allí nos explican lo que tenemos que hacer para entregar las acreditaciones. Momento de fraternidad compartida, de encuentro.

Hacia las 16 horas, fuimos a la Plaza de San Pedro y entramos por la Puerta Santa. Pasar por esta puerta fue la primera emoción, fue un momento de comunión ya que sentí en este instante que todas las personas encontradas en mi vida pasaban la puerta conmigo. Pueblo que avanza, Iglesia en marcha, estoy emocionada y conmovida.

Dentro de la Basílica participamos en una vigilia de oración en varios idiomas pero con un solo corazón. Mons. José Rodríguez Carballo, (Arzobispo Secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica), preside la ceremonia y nos habla del camino de las bienaventuranzas, de la alegría y de cómo difundir la alegría de Cristo: “Para un consagrado, la alegría no es una posibilidad sino una responsabilidad,” y añade “Gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10, 8). Estas palabras hacen eco en mí.

Al día siguiente, 29 de enero, nos reunimos todos en la sala Pablo VI. Por primera vez todas las formas de vida consagrada se reúnen juntas. La presencia de religiosos de la Iglesia Anglicana, Luterana, Ortodoxa convierten este encuentro en un encuentro ecuménico: somos 5.000… Todas las conferencias son enriquecedoras: “Lo importante es caminar, no la meta, y en este caminar tenemos que procurar que la espiritualidad sea más sólida, más encarnada, no tanto de devociones si no más dinámica, de hecho más misionera.

Las jornadas del 30 y 31 de enero estaban reservadas al encuentro de grupos del mismo colectivo, cada uno tenía su propia sala. Para el Ordo Virginum, es el Auditorium Antonianum. Aquí también soy voluntaria, siempre en francés. Formamos dos equipos, uno para el guardarropa y el otro para la acogida. Yo, formo parte del segundo grupo y tenemos que estar en el Auditorium una hora antes del encuentro. Cada grupo sabe lo que tiene que hacer y todo funciona. Las conferencias son todas muy enriquecedoras pero lo más interesante son los testimonios que dan diferentes personas: en Kenia con los prisioneros, con los enfermos en Australia, defendiendo el derecho de la familia en Valencia, en ecumenismo en Rusia; con los pobres en Burkina Faso; en los Estados Unidos con enfermos terminales; pero especialmente emotivo fue el testimonio de una Virgen Consagrada en un país en guerra, Iraq, donde toda su familia tuvo que abandonar el país mientras ella, habiendo podido huir, decidió permanecer junto a sus hermanos en la fe, acompañando a su Iglesia. Todos estos testimonios me han hecho ver la belleza de nuestro carisma y la diversidad de los dones recibidos.

Al día siguiente, también partimos una hora antes y al llegar, la responsable de las participantes francesas, con la que formo equipo, viene a mi encuentro para comunicarme que faltan personas para ocuparse del servicio de guardarropa. Estando dispuesta a dar una respuesta negativa, de repente el Señor me recuerda una carta que mi madre espiritual me había dado antes de irme a Asís, para efectuar una misión en el monasterio de las Clarisas.

“La misión es un tiempo de humildad, de salida de sí mismo, de don de uno mismo, nos exponemos a la mirada del otro y del Totalmente Otro. Es tiempo de obediencia, de abandono confiado, de desapropiación y de ofrenda. No vamos allí para “dar un servicio” a las hermanas, para “ayudar” a las hermanas, vamos allí para servir y dar testimonio del amor del Señor.

Hay que ir con el espíritu del “lavatorio de pies”, es en el corazón de este servicio gratuito, de este acto inaugurado por Cristo, que realmente vamos a sostener a nuestras hermanas. No realizamos un acto de caridad.

No hacemos más que dar unas migas de nosotras mismas en retorno de lo que hemos recibido, de lo que recibimos y de lo que recibiremos de parte de Dios. Durante este tiempo, seamos sencillas, discretas, humildes, cariñosas y fieles a la Palabra.

Id de dos o tres como los primeros hermanos. Que cada una realice los actos para los cuales se ha comprometido, con responsabilidad y con alegría.

Evitad toda crítica, todo juicio, toda interpretación, apoyaos las unas a las otras cuando os encontréis para seguir vuestra misión en la paz de Cristo y dar alegría a las que os acogen en confianza.”

Y aquí, ya no me interrogo más. Pregunto al equipo si alguien quiere asegurar el servicio conmigo. Me fui al guardarropa con alegría profunda. Acababa de abandonarme y poner, mi acto en Cristo y todo cambió. Este servicio lo cumplimos con alegría y riendo mucho.

Todas las personas solicitadas para prestar servicio (lectores para los oficios, las misas y las oraciones y todo en varios idiomas) permitieron que estos dos días intensos se desarrollaran sin ningún problema, a pesar de que no nos conocíamos… Me impresionó la disponibilidad de todas las personas solicitadas que permitieron hacer que estas jornadas fueran un éxito. Impulsadas por el Espíritu Santo, su soplo inspiró la elección de las personas que intervinieron.

El lunes nos preparamos para ir al encuentro con el Papa Francisco. Se respira un ambiente festivo, de júbilo. Intentamos conseguir los mejores lugares para verlo de cerca. Llega, lo veo cansado, se desplaza con dificultad, pero cuando toma la palabra, ¡qué cambio!: sus palabras, sus gestos, todo su ser no forma más que uno, se transforma. Ya no percibo su cansancio, irradia; pone énfasis en los 3 pilares de la vida consagrada: Profecía, Proximidad y Esperanza. Y dijo:

La Profecía es decir a la gente que hay un camino de alegría, un camino lleno de júbilo, es el camino de Jesús, es el camino de estar junto a Jesús. La Profecía es un don, un carisma que debemos pedir al Espíritu Santo del modo siguiente: “os pido que yo sepa decir la palabra en el momento oportuno, que haga cada cosa en el momento oportuno, que toda mi vida sea profecía.”

La Proximidad es conocer y reconocer la persona, estar junto al hermano, tener el espíritu de fraternidad del que está más cerca de nosotros, no decir mal de los demás. El Papa Francisco insiste: “si durante este año de misericordia cada uno de nosotros consigue no hablar mal del otro, será un gran éxito para la Iglesia.

La Esperanza nace de la intensidad con la cual oramos.

En este día de la presentación del Señor al Templo, 2 de febrero, día mundial de la Vida Consagrada, pude participar en la eucaristía presidida por el Papa Francisco. El Santo Padre nos instó a no olvidar nuestra primera llamada, nuestro primer amor, que recordemos siempre este amor por el cual nos ha llamado y nos instó además a no olvidar que hoy también el Señor nos llama y a no dejar menguar la belleza y la fascinación de esta primera llamada.

Este encuentro me ha permitido ver, todavía más, la necesidad de la oración personal, de vivir la Palabra, y gracias a esto vivir de la Palabra, de escucharla y dejar que el Señor la trabaje en mi.

Gracias.

Cristina Ribot,

Sant Julià de Lòria – Andorra»

 

 

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