“Hemos venido a deciros que no estáis solos, que no os hemos olvidado. Vuestra fe y vuestra resiliencia refuerzan nuestra misma fe. Esperamos que nuestra presencia entre vosotros, aliente e inspire a los cristianos de nuestros propios países a volver en peregrinación a Tierra Santa y a trabajar por la paz”. Con estas palabras concluíamos la visita que del 18 al 23 de enero realizamos la Coordinadora (Holy Land Coordination) formada por representantes de las Conferencias episcopales de varios países de América y Europa, con el fin de “estar presentes, peregrinar, hacer plegaria y presionar cuando regresamos”, sobre la difícil situación de los cristianos en Tierra Santa. Ellos son la Iglesia Madre de Jerusalén, que ya desde los tiempos apostólicos todos los cristianos valoramos, amamos y ayudamos.
Durante esta visita de 2025, la atención se ha concentrado en la situación actual y en el impacto sobre la comunidad cristiana de Gaza y de Cisjordania, durante el alto al fuego precario que acababa de empezar y que ha llevado a una paz tensa, con alegría para los familiares de los rehenes liberados por Hamás y para los cientos de familias que han podido abrazar de nuevo a los que estaban en prisiones de Israel. Sin embargo, las hostilidades y la tensión continúan, especialmente en Cisjordania. Sabemos que muchos no van a regresar: rehenes, prisioneros, tantísimos muertos, tanta destrucción en Gaza. Hemos observado una preocupación generalizada por la precariedad del alto al fuego. Por eso nos unimos al Patriarca de Jerusalén Cardenal Pizzaballa y a los Ordinarios Católicos de Tierra Santa en su esperanza de que el alto al fuego sea algo más que una pausa en las hostilidades y que marque el inicio de una paz estable y duradera. Compartimos su convicción de que esto sólo se podrá conseguir a través de una solución justa, que aborde el origen de este conflicto de larga duración que requerirá un largo proceso, una voluntad de reconocer el sufrimiento del otro y una educación centrada en la confianza, que lleve a superar los miedos y odios, y la justificación de la violencia como herramienta política. Sólo así podrán ser posibles dos Estados con fronteras seguras, y con una Jerusalén abierta a las tres religiones que en ella conviven.
El impacto de la guerra y de los asentamientos ilegales en toda la Cisjordania -según Naciones Unidas- queda demasiado desconocido en nuestro país: las comunidades de cristianos experimentan grandes dificultades como la dura restricción de movimientos, los repentinos cortes de carreteras que alargan los viajes, los impedimentos para la vida cotidiana normal, así como la falta de agua y de electricidad, la imposibilidad de construir nuevas casas y el alto nivel de desempleo después de que tantos permisos de trabajo fueran cancelados al iniciarse la guerra.
Las comunidades cristianas son una luz que difunde claridad en la oscuridad, en una Tierra Santa que sufre. Conmueve escuchar con mucha frecuencia que los Cristianos quieren permanecer allí y reconstruir las vidas de su pueblo. Necesitan nuestra solidaridad. Necesitan también nuestra presencia y nuestra oración, para sentir que no están solos y que no los hemos olvidado, que las semillas de paz y de reconciliación que siembran los cristianos y otros colectivos judíos y musulmanes van en el buen camino, y que la esperanza también es posible para aquella tierra, que también es algo nuestra, ya que todos nacimos en Belén, todos fuimos bautizados en el Jordán y todos fuimos redimidos en el Calvario.