1. El ministerio de la caridad pertenece al sacerdote por su configuración con Cristo Cabeza y Pastor
«Aunque se deban a todos -dice el Concilio- los presbíteros tienen encomendados a sí de manera especial a los pobres y a los más débiles, a quienes el Señor se presenta asociado (Cf Mt 25,34-45) y cuya evangelización se da como prueba mesiánica (Cf Lc 4,18)»[6].
El ministerio de la caridad pertenece a todo sacerdote por su bautismo, porque la caridad es tarea de todo fiel en la Iglesia[7]. Pero además, pertenece al sacerdote por otras razones más particulares y hondas que nacen de su identidad y ministerio sacerdotal, como su configuración con Cristo Cabeza y Pastor.
Lo expresa así Juan Pablo II: «El presbítero participa de la consagración y misión de Cristo de un modo específico y auténtico, o sea, mediante el sacramento del Orden, en virtud del cual está configurado en su ser con Cristo Cabeza y Pastor, y comparte la misión de “anunciar a los pobres la Buena Noticia”, en el nombre y en la persona del mismo Cristo» [8].
Como Jesús, Buen Pastor[9], el sacerdote esta llamado a cuidar de todas las ovejas y a saciar su hambre y su sed, pero con especial cuidado busca a la perdida, cura a la herida, reincorpora a la comunidad a la descarriada.
Como el Corazón de Jesús, también el corazón del sacerdote se conmueve, se compadece con entrañas de amor ante el leproso, ante el herido en el camino, ante el excluido, ante los hambrientos, y hace presente para los pobres y desvalidos el amor misericordioso de Dios[10].