La tarde del día 4 de diciembre en el Seminario Mayor Interdiocesano de Barcelona tuvo lugar una jornada de formación para los seminaristas con la asistencia del Obispo delegado en el Seminario Mayor Interdiocesano, el Arzobispo Joan-Enric Vives, y del Rector y Vicerrector del Seminario Mayor Interdiocesano. La Jornada corrió a cargo del Obispo de Solsona y miembro elegido del Sínodo por la CEE, Mons. Francesc Conesa.
En su intervención Mons. Conesa presentó doce ideas claves del Sínodo:
1 – Una Iglesia sinodal es una Iglesia que escucha, acoge y acompaña. Vivir la misión de la Iglesia pide hoy un estilo de presencia, servicio y anuncio que busca construir puentes, cultivar la comprensión mutua y comprometerse en una evangelización que acompaña, escucha y aprende. Varias veces en la Asamblea ha resonado la imagen de «quitarse los zapatos» para ir al encuentro con el otro igual a igual, como signo de humildad y respeto por un espacio sagrado.
2 – La importancia del bautismo y el sentido de la fe: el Bautismo, que es el principio de la sinodalidad, constituye también el fundamento del ecumenismo. A través de él todos los cristianos participan del sensus fide y por eso hay que escucharlos con atención, independientemente de su tradición, tal y como ha hecho la Asamblea sinodal en su proceso de discernimiento. No puede haber sinodalidad sin la dimensión ecuménica.
3 – La mujer en la Iglesia: Muchas mujeres han expresado un profundo agradecimiento por la labor de sacerdotes y obispos, pero también han hablado de una Iglesia que hiere. Clericalismo, machismo y un uso inadecuado de la autoridad siguen desfigurando el rostro de la Iglesia y dañan la comunión.
4 – Corresponsabilidad diferenciada: el ejercicio de la corresponsabilidad es esencial para la sinodalidad y es necesario a todos los niveles de la Iglesia. Cada cristiano es una misión en este mundo. Hombres y mujeres están llamados a una comunión caracterizada por una corresponsabilidad no competitiva, que debe encarnarse a todos los niveles de la vida de la Iglesia.
5 – La autoridad como servicio: en una Iglesia sinodal, los ministros ordenados están llamados a vivir su servicio al Pueblo de Dios en una actitud de proximidad a las personas, de acogida y de escucha de todos y en cultivar una profunda espiritualidad personal y una vida de oración. Sobre todo, están llamados a repensar el ejercicio de la autoridad según el modelo de Jesús «siendo de condición divina, […] se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo» (Fl 2,6 -7). La Asamblea reconoce que muchos presbíteros y diáconos hacen visible con su dedicación el rostro de Cristo Buen Pastor y Siervo.
6 – Participación real y efectiva de todos los bautizados en la vida de la Iglesia: como miembros del Pueblo fiel de Dios, todos los bautizados son corresponsables de la misión, cada uno según su vocación, con su experiencia y competencia; por tanto, todo el mundo contribuye a imaginar y decidir pasos de reforma de las comunidades cristianas y de toda la Iglesia, para que ésta experimente «la dulce y reconfortante alegría de evangelizar». La sinodalidad, en la composición y en el funcionamiento de los organismos en los que se encarna, tiene como finalidad la misión.
7 – Todos discípulos, todos misioneros: Todos discípulos, todos misioneros, en la vitalidad fraterna de las comunidades locales que experimentan la dulce y reconfortante alegría de evangelizar. El ejercicio de la corresponsabilidad es esencial para la sinodalidad y es necesario en todos los niveles de la Iglesia. Cada cristiano es una misión en ese mundo.
8. Formarse para la sinodalidad y la misión: Son muchos los ámbitos en los que se produce la formación del Pueblo de Dios. Además de la formación teológica, se ha mencionado la relativa a una serie de competencias específicas: el ejercicio de la corresponsabilidad, la escucha, el discernimiento, el diálogo ecuménico e interreligioso, el servicio a los pobres y el cuidado de la casa común, el compromiso como «misioneros digitales», el de facilitadores de los procesos de discernimiento y conversación en el Espíritu, la construcción del consenso y la resolución de los conflictos. Se debe prestar especial atención a la formación catequética de los niños y de los jóvenes, que debería comportar la participación activa de la comunidad.
9 – Los sacramentos de iniciación cristiana: Los sacramentos de la iniciación cristiana confieren a todos los discípulos de Jesús la responsabilidad de la misión de la Iglesia. Laicos y laicas, consagradas y consagrados, y ministros ordenados tienen la misma dignidad. Han recibido diferentes carismas y vocaciones, y desempeñan roles y funciones diferentes, todos llamados y alimentados por el Espíritu Santo para formar un solo cuerpo en Cristo. Todos discípulos, todos misioneros, en la vitalidad fraterna de las comunidades locales que experimentan la dulce y reconfortante alegría de evangelizar.
10 – Poner a los pobres en el centro: En los pobres, la comunidad cristiana encuentra el rostro y la carne de Cristo que, a pesar de ser rico, se hizo pobre por nosotros, para que fuéramos ricos por su pobreza (cf. 2Co 8, 9). Está llamada no sólo a estar cerca, sino a aprender de ellos. Si hacer Sínodo significa caminar juntos con Aquel que es el camino, una Iglesia sinodal debe poner a los pobres en el centro de todos los aspectos de su vida: a través de sus sufrimientos conocen directamente a Cristo que sufre (cf. Evangelii gaudium 198) . La semejanza de su vida con la del Señor hace de los pobres anunciadores de una salvación recibida como don y testigos de la alegría del Evangelio.
11. Unidad en la diversidad de culturas: Desde la Eucaristía aprendemos a articular unidad y diversidad: unidad de la Iglesia y multiplicidad de las comunidades cristianas; unidad del misterio sacramental y variedad de las tradiciones litúrgicas; unidad de la celebración y diversidad de las vocaciones, de los carismas y de los ministerios. Nada mejor que la Eucaristía muestra que la armonía creada por el Espíritu es uniformidad y que todo don eclesial está destinado a la edificación común.
12. Espiritualidad de comunión: A partir de la utilización que Pablo hace del término “koinonía” (cf. 1Co 10,16-17), la tradición cristiana ha custodiado la palabra «comunión» para indicar al mismo tiempo la plena participación en la Eucaristía y la naturaleza de las relaciones entre los fieles y entre las Iglesias.