Domingo I de Cuaresma (C)

Amados hermanos:

Hoy es el primer domingo del camino cuaresmal, que nos ha de conducir por medio de la oración más asidua y del ejercicio de la voluntaria austeridad, al término gozoso y salvador de la Pascua de Resurrección. El viaje que emprendemos nos exigirá ilusión por la meta y esfuerzo para avanzar hasta ella. Ningún viaje tiene sentido pleno por si mismo, y el cansancio que genera es sobrellevado con mayor coraje, a medida que la meta se hace más cercana y atractiva. De algún modo, la Cuaresma es imagen del viaje de nuestra vida, durante la cual, en medio de ilusiones y esfuerzos, entre risas y lágrimas, avanzamos hacia el término definitivo, hacia la Pascua final. De acuerdo con este pensamiento, la pequeña Cuaresma de seis semanas nos motiva para revisar el proceso de la vida entera, en marcha hacia el día de la salvación.

Entrar en Cuaresma nos recuerda la necesidad de revisar el zurrón de provisiones para el gran viaje. ¿Cómo andamos de fe, alimento del peregrino? Hablamos de una fe que va más allá de recitar el Credo y de tener unas prácticas religiosas; nos referimos a una fe que dé suficiente luz como para ver la mano de Dios en los acontecimientos diarios, durante la niebla y el sol de nuestros días, en nuestra relación con las demás personas, en el proceso histórico que nos toca vivir. Una fe, en pocas palabras, que nos ilumine por dentro y por fuera y nos abra el sentido de la vida y su entorno. Era aquella la fe del pueblo de Israel, y cuando la profesaban, daban un repaso a su pasada historia, al tiempo que reconocían en ella la elección de Dios, y recordaban cómo Él había escuchado su voz, mirando su opresión, su trabajo y angustia. Y añadían: El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido…y nos dio este lugar,…una tierra que mana leche y miel.

En la Nueva Alianza, se ha cumplido la promesa suprema hecha al pueblo elegido. La presencia de Jesús ha hecho realidad para todos la verdadera tierra prometida, la gran Pascua de Resurrección de entre los muertos, la salvación. Si de veras lo creemos, nuestro viaje se hace más épico y con un resultado infinitamente mejor que el de los hebreos, porque, por la fe del corazón llegamos al a justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación.

El Evangelio nos ha recordado que la tentación se hace encontradiza en el camino. El mismo Jesús la sufrió en el desierto, y una vez vencida con la armadura de la fe, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

También nosotros deberemos enfrontarnos con la tentación de ser seducidos por las cosas y la invitación a poner en ellas nuestra esperanza, perseguirlas desordenadamente y pretender construir con ellas nuestro paraíso. Podremos sufrir también las tentaciones del poder y del dominio, de la vanidad y del aplauso ajeno; todos ellos bines engañosos, porque dice el Evangelio: No solo de pan vive el hombre.

Emprendamos la Cuaresma con coraje y sinceridad. Escuchemos la voz de nuestro interior y las necesidades del mismo. En nuestro corazón podemos conectar con Dios por una oración más intensa y frecuente y por unas prácticas religiosas asiduas y conscientes. Hallaremos actitudes que hemos de revisar y rectificar; concluiremos que no todo está en su lugar porque hemos cedido con frecuencia a la tentación, cuyas consecuencias queremos enmendar siguiendo con fe y fidelidad los pasos del Señor.