4. Un largo camino
El ideal y la tarea de constituir una sola familia de personas, pueblos, culturas, religiones… tan numerosas y diversas, nos urgen a todos, emigrantes y autóctonos. El camino es arduo y tiene aún un largo recorrido.
No es superfluo volver a recordar, como punto de partida el derecho fundamental de toda persona a salir de su tierra y a ir a otro país que le ofrezca mejores posibilidades, sin tener que desprenderse de su familia, de su religión, de su cultura…
Tampoco podemos olvidar el derecho propio de los Estados a regular los flujos migratorios con justicia, con solidaridad y con sentido del bien común. En esa regulación justa entra también el establecer condiciones dignas para la acogida y la gradual y armónica integración de emigrantes y refugiados en la nueva sociedad, en la normal interacción entre la población autóctona y la emigrante.
Palabra e instrumento clave en este proceso es el diálogo en todas sus variantes, empezando por el diálogo de la vida, en el trabajo, en la escuela, en el tiempo libre, en la vecindad, en la convivencia, en la defensa común de los derechos, en las acciones comunes, en el servicio al bien común. Fundamental es el diálogo intercultural y, en el campo religioso, el diálogo ecuménico y el interreligioso.
Dice a este respecto el Santo Padre en el citado Mensaje: “Una sola familia de hermanos y hermanas en sociedades, que son cada vez más multiétnicas e interculturales, donde también las personas de diversas religiones se ven impulsadas al diálogo, para que se pueda encontrar una convivencia serena y provechosa en el respeto de las legítimas diferencias” (Mensaje, 2011).