El Director de la Cátedra de Pensamiento Cristiano, el Dr. Francesc Torralba, llevó a cabo la conferencia cuaresmal conjunta de los Valles de Andorra, el jueves 20 de marzo, en la Sala de Actos del Comú de Escaldes-Engordany. Con el título “Afrontar el duelo con esperanza”, habló de su experiencia un año y medio después de la muerte de su hijo y aportó su testimonio hablando en primera persona de una situación vivida muy dolorosa.
En el acto, organizado conjuntamente con la Asociación Marc GG, llenó el salón de actos de público. Asistieron los sacerdotes de los Valles de Andorra, encabezados por el Arcipreste, Mn. Ramon Sàrries, así como el Embajador frente a la Santa Sede y el Representante del Copríncipe Episcopal entre otras autoridades y representantes de la sociedad civil.
Torralba habló del estado de incertidumbre que se vive ante una muerte súbita, señalando que los estados de ánimo son independientes de nuestra voluntad, nos invaden y no sabemos por cuánto tiempo nos colapsarán y cuándo nos soltarán. Para Torralba, existe el peligro de petrificarse, pues nadie sabe cuándo durarán. Hay personas que nunca lo aceptan, y hay personas que viven atrapadas en la nostalgia. El tiempo por sí solo no cura, sólo puede ser curativo y transformador dependiente de cómo lo tomamos. Los que sobreviven a una pérdida tan importante deben tomarse en positivo valorando la propia vida y el hecho de que hay mucho por hacer y gente por acompañar y amar, sin esclavizarse en la nostalgia. Es necesario acompañar, no juzgar, ni fiscalizar, ni dar consejos cuando no se piden.
Habló de su libro editado recientemente «No hay palabras, asumir la muerte de un hijo», señalando que a veces las palabras son insuficientes; apuntando que el hermetismo es destructivo, y que hay que respetar los ritmos porque vivimos en una sociedad donde no se nos da tiempo, cuando el proceso de duelo requiere tiempo.
Acabó haciendo una lista de las virtudes que descubrimos ante semejante experiencia: (1) la humildad, pues la muerte de un ser querido nos hace profundamente humildes al hacernos conscientes de nuestros límites; (2) la magnanimidad, aprendemos que la vida es breve e incierta, por lo que hay que apuntar hacia lo grande y que verdaderamente vale la pena; (3) la empatía o la compasión, entramos en una extraña comunión con el otro que permite ayudarse mutuamente, escucharse y trascender el sufrimiento; y (4) la gratitud al reconocer el don de esta vida y todo lo que ha aportado.
Por último, el Dr. Torralba recordó que la cuestión de la fe juega un papel con el que se debe ir con pies de plomo, porque una experiencia de este nivel puede acarrear una ruptura con la fe o convertirla en el único sostén. En su experiencia personal, la fe ha jugado un papel de esperanza. Confiar en que hay un reencuentro da esperanza, la confianza de una promesa le ha permitido afrontar el duelo de otra forma. Recordó a los presentes que la muerte no es el final de la historia, es un umbral por el que pasamos todos y se abre un nacimiento.