XVIII Cátedra de Pensamiento Cristiano: «El poder de la biotecnología»

Vivimos inmersos en un universo tecnológico. El factor tecnológico ha alterado significativamente los procesos de producción, de consumo, de relación interpersonal, así como la génesis y el final de la vida humana. Es por ello que la XVIII Cátedra de Pensamiento Cristiano del Obispado de Urgell, que tuvo lugar el 10 de junio en formato telemático, se centró en el tema «El poder de la biotecnología«, con la participación como ponentes de la Dra. Montserrat Esquerda, Directora general del Instituto Borja de Bioética de la Universidad Ramon Llull; la Dra. Elena Postigo, Directora del Instituto de Bioética de la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid; y del Dr. Francesc Torralba, Director de la Cátedra de Pensamiento Cristiano y profesor de la Universidad Ramon Llull y de la Facultad de Teología.

Tras unas palabras de bienvenida y de una breve introducción al tema por parte del Arzobispo de Urgell, la primera ponencia fue a cargo de la Dra. Esquerda, que habló de «Final de vida. Los límites de la tecnología«, desde el punto de vista de la biotecnología.

Vivir consiste también en constatar cotidianamente las limitaciones de la condición humana. Y entre todos nuestros límites hay uno que es claro, definitivo y absoluto: la muerte. Tanto es así que buena parte de nuestra construcción como humanidad ha sido dedicada a cómo abordar este límite, explicó la Dra. Esquerda.

Reconocía asimismo que «al principio de la pandemia pensé que la muerte dejaría de ser tabú, que dejaríamos de acercarnos con mucha emoción y poca reflexión, pero no ha sido así». Por otra parte, la evolución de la expectativa de vida, que en 1900 era de 33 años para los hombres y 35 para las mujeres, en 2016 se estimaba en 80 años para los hombres y 86 años para las mujeres ; un aumento que nos ha llevado a creer en la ilusión que podemos vencer la muerte, que, como decía el científico y empresario William Haseltine, ex profesor de la Harvard Medical School, «la muerte no es más que una serie de enfermedades prevenibles».

Y así es como hemos llegado a una situación en la que nos da más miedo el sufrimiento que la muerte: no queremos vivir más, sino vivir mejor». En poco más de cien años, hemos pasado de vivir una vida corta con una muerte rápida a vivir una vida larga, con una muerte lenta que nos da miedo. Y es precisamente cuando pueden intervenir en el final de la vida cuando surgen las cuestiones éticas.

Según la ponente, la aplicación de la tecnología al final de la vida requiere de tres factores:

1. En primer lugar, una sociedad que sea capaz de incluir la muerte. Nuestra sociedad ha dejado de recordarnos que somos mortales, que morimos en comunidad, y ha sustituido la experiencia de la muerte por relatos de éxito. Hemos desculturalizado la muerte.

2. En segundo lugar, requiere que la medicina incorpore la «buena muerte» como objetivo primordial. El filósofo de Estados Unidos Daniel Callahan, cofundador del primer instituto de investigación en bioética del mundo, afirma que, a pesar de todos sus grandes triunfos, la medicina contemporánea no sabe qué hacer con la muerte. La muerte, que hoy en día transcurre en su mayor parte en instituciones, nos aterroriza cada vez más, como más posibilidades tenemos de gestionarla.

3. Y, en tercer lugar, de profesionales sanitarios preparados para asumir las implicaciones. Una buena muerte depende más de una sociedad que sea capaz de acompañar, cuidar y sostener, que de una sociedad biotecnológica. Nuestras necesidades al final de la vida son sociales y existenciales, no médicas, y es por eso por lo que se necesitan profesionales sanitarios con una formación técnica adecuada, pero también con suficiente madurez humana, para la gestión emocional, la gestión de la propia fragilidad y de la propia mortalidad, y de la espiritualidad, el sentido y la esperanza que hay en el acompañamiento al final de la vida.

Como escribió Callahan en «The Trouble Dream of Life», «la medicina y nuestra cultura serían más saludables si dejáramos de creer que los cuerpos son como máquinas y renunciáramos a las fantasías de control de la inmortalidad que aún tenemos».
 

Tras la intervención de la Dra. Esquerda, fue el turno de la Dra. Elena Postigo, Directora del Instituto de Bioética de la Universidad Francisco de Vitoria, en Madrid, con la ponencia «La vida emergente. El poder tecnológico y el discernimiento ético«.

Empezó la Dra. Postigo advirtiendo que todo poder tecnológico se sustenta sobre una determinada mirada antropológica del ser humano; por tanto, desde un punto de vista cristiano, la tecnología, que es fruto de la inteligencia humana, debe orientarse hacia la defensa y el cuidado integral de la vida humana. No podemos olvidar que el ser humano nace con «una radical vulnerabilidad». Asimismo, el ser humano también es persona durante toda su existencia. Sin embargo, el concepto de persona ha cambiado a lo largo de los siglos. Especialmente a partir del siglo XVI, con el dualismo cartesiano entre res cogitans y res extensa, y con corrientes filosóficas como el empirismo, que postula que sólo existe lo que percibimos.

Contra las concepciones funcionalistas, la Dra. Postigo defendió la dignidad ontológica de toda persona, que arraiga fuertemente en la Teología desde el momento que todos somos hechos a imagen y semejanza de Dios. Y ante este razonamiento contrapuso la visión transhumanista, que es de hecho un planteamiento antagónico al humanismo cristiano desde el momento que niega los límites del ser humano (incluso la muerte) y postula la alteración y mejora de las capacidades humanas mediante la aplicación de la tecnología.

Tras esta exposición inicial, la ponente se refirió a los «desafíos científicos emergentes». Es patente que durante el presente siglo los conocimientos tecnológicos han experimentado un crecimiento exponencial, con múltiples implicaciones sobre la vida humana, lo que debería conllevar un aumento en paralelo de la responsabilidad ética.

Hoy en día ya es posible, por ejemplo, intervenir en el desarrollo de la vida humana desde la línea germinal y embrionaria; han planteado experimentos con híbridos humano-animal como posible reservorio de órganos para trasplantes; externalizar el embarazo con úteros de alquiler; o intervenir sobre el final de la vida con prácticas como la eutanasia o la criogenización … Todas estas prácticas, y muchas otras, que la tecnología actual ya ha hecho posibles, piden de toda la sociedad una profunda reflexión bioética, no tan sólo en cuanto a nuestro presente, sino también porque no sabemos cómo condicionará las generaciones futuras y el cuidado del planeta (sí sabemos, por ejemplo, que cualquier intervención sobre una forma de vida afecta diferentes especies, lo que puede ser causa de pandemias futuras).

Este discernimiento ético, según la Dra. Postigo, debe partir de un análisis de la moralidad de cada acción concreta, y de la consideración de aspectos como el respeto, la prudencia, la benevolencia o la veracidad. Asimismo, es importante defender la salvaguarda en todo momento de la integridad física y psíquica de la persona, su privacidad, su conciencia y su libertad, observando siempre el principio de justicia hacia los más vulnerables, y todo ello en el contexto de una ecología humana integral, de acuerdo con el magisterio del Papa Francisco.

La ponente concluyó que el poder de la tecnología está en nuestras manos. Por ello, es muy importante formar personas en todas las áreas técnicas y filosóficas implicadas en el desarrollo tecnológico y social. Y, por tanto, también el pensamiento cristiano debe dar una respuesta a la altura de los tiempos que vivimos.

https://youtu.be/k5f2pq9hMRU

Tras la pausa para el almuerzo, el Dr. Francesc Torralba retomó el programa de la Cátedra de Pensamiento Cristiano con la ponencia «Crítica del tecnocentrismo«.

No podemos pensar en nosotros mismos sin pensar en el hecho tecnológico. La tecnología nos acompaña desde el principio de la historia, si bien ha sido en el último siglo cuando el progreso tecnológico ha experimentado un crecimiento exponencial que ha ido ensanchando cada vez más la distancia entre su aplicación a la vida cotidiana y la reflexión sobre como esta aplicación influye en los diferentes aspectos que nos conforman como sociedad y como personas.

Al hilo de esta constatación, el Dr. Torralba se refirió a autores como Ortega y Gasset y su obra «Meditación sobre la técnica», que recoge un conjunto de conferencias sobre el tema impartidas en Buenos Aires, y donde nos advierte, entre otras cosas, que si bien la técnica nace para resolver carencias, también nos crea nuevas necesidades y nuevos peligros. O como los pensadores de la escuela de Frankfurt (entre los cuales, Theodor W. Adorno, Max Horkheimer y Walter Benjamin), que alertan de que el desarrollo tecnológico no tiene por qué ser necesariamente positivo para la sociedad, dado que la lógica tecnológica siempre es instrumental mientras que los valores que definen genuinamente la condición humana son siempre valores finalistas.

El ponente se refirió también a Martin Heidegger y su obra «La pregunta por la técnica», donde trata de la relación entre naturaleza y técnica, y critica la posición de quienes tienden a ver la naturaleza encapsulados en un universo tecnológico, por lo que la tecnología se convierte así en una especie de útero donde el individuo vive completamente ajeno a la naturaleza.

Continuó el Dr. Torralba con tres precisiones sobre tres términos derivados del mismo prefijo: tecnocracia, tecnolatría y tecnocentrismo. Tecnocracia significa el poder de la tecnología, y remite al hecho indiscutible de que la tecnología cada vez tiene más poder en nuestra vida, lo que nos plantea la cuestión de cómo confrontar este poder desde los valores de la sociedad democrática. El término tecnolatría identifica una especie de gnosticismo posmoderno, una actitud fetichista hacia la técnica que le atribuye un poder redentor omnipotente, y que el ponente calificó como «una ingenuidad; un fideísmo ciego que genera una ilusión condenada al fracaso».

Finalmente, tecnocentrismo remite a la actitud que consiste en poner la técnica al centro y todo lo demás en la periferia; un planteamiento muy criticado por el Papa Francisco, y también por Benedicto XVI en textos como la Encíclica «Caritas in veritate«, porque el humanismo cristiano sitúa a la persona precisamente en el centro, y por tanto no puede ser que la persona esté a la periferia, supeditada a la técnica. Lo cual no debe confundirse con un rechazo de la tecnología, precisó el Dr. Torralba: hay que decir sí a la ciencia, el conocimiento y la técnica, pero hay que decir no al cientismo y al tecnocentrismo. Y, en cualquier caso, no hay que olvidar que el desarrollo tecnológico debe preservar dos principios claves del humanismo cristiano: la dignidad inherente a toda persona humana y la atención preferencial a los más vulnerables.

El Director de la Cátedra de Pensamiento Cristiano finalizó su intervención compartiendo dos reflexiones a modo de conclusión. Por un lado, que en un mundo como el nuestro, tan colonizado por la tecnología, debemos pensar muy a fondo qué es lo irrenunciablemente humano; y, en segundo lugar, debemos alfabetizar a todos digitalmente y tecnológicamente para que haya una distribución equitativa a escala global de los beneficios de la tecnología.

https://youtu.be/G1VD7rGVgw4

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