El pasado día 28, cerca del 1º de mayo, los Obispos de la Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social de la CEE nos ayudaron con una reflexión sobre Seguridad y Salud en el Trabajo, denunciando que no deberían darse más muertes en el trabajo. Creo que es importante conocerla.
Los Obispos explican que la vida es el mayor bien que atesoramos y que hemos de honrarla viviéndola con dignidad y cuidándola. Cuidar esta dignidad implica cuidar nuestra salud en el más amplio de los sentidos. Desde la Organización Internacional del Trabajo (OIT) se insiste en la prevención de accidentes y enfermedades en el lugar de trabajo. Las cifras son dramáticas: Durante el año 2022, en España murieron más de 2 personas cada día a causa de la siniestralidad laboral, registrándose 1.196.425 de accidentes, es decir más de 3.277 accidentes diarios, y se dieron 22.589 casos de enfermedad relacionada con el trabajo. Tras las cifras, hay seres humanos, proyectos de vida truncados, personas desprotegidas que deben asumir las consecuencias de un accidente que les deja mermada su vida o que, peor aún, pierden la vida en su lugar de trabajo. Muchas muertes en el trabajo son ignoradas, normalizadas e invisibilizadas. Es una tragedia que se tiende a percibir, con indiferencia, como meros episodios individuales, que atañen sólo a quienes los sufren, achacando lo sucedido a la fatalidad o a la negligencia de los propios trabajadores. Pero la falta de salud laboral tiene mucho que ver con la calidad del puesto de trabajo, con los ritmos de producción impuestos, con las condiciones objetivas del trabajo o con el incumplimiento de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales. Se trata, en definitiva, de un grave problema social, que reclama respuestas y soluciones porque cada vida importa.
El trabajo es una dimensión consustancial al ser humano y a través de él colaboramos con Dios en su Creación; aunque el trabajo está «en función del hombre» y no el hombre «en función del trabajo». (S. Juan Pablo II, LE, 6). No podemos dar a los bienes producidos más valor que a la persona que los hace posibles. Si verdaderamente apostamos por la vida, por la defensa de la salud y la seguridad laboral, necesitamos, desde la cultura del cuidado, hacer frente al descarte de lo humano.
Los Obispos proponen seguir el modelo del buen samaritano, para actuar ante la siniestralidad laboral y así implicarnos y comprometer a otras personas e instituciones. Se debe descubrir, visibilizar y denunciar las situaciones de sufrimiento, para concienciar a la sociedad, combatir la indiferencia y poner a disposición de las víctimas los recursos necesarios, siempre acompañándolas. Potenciar el asociacionismo, apoyando la labor de sindicatos y organizaciones empresariales, fomentando la cultura preventiva y haciendo que se cumpla la normativa vigente. Así mismo, favorecer el encuentro y el diálogo entre los agentes sociales con el objetivo de compartir recursos, encontrar vías de cooperación y dar una respuesta más ágil y cercana a las víctimas. Y recuerdan que, como Iglesia, debemos promover la defensa de la vida en el trabajo, creando conciencia en las comunidades eclesiales, implicándonos en la denuncia de esta injusticia y apoyando las iniciativas y campañas, como la que ya lleva a cabo la Iglesia por el Trabajo Decente.