Pascua en el centro de nuestra fe cristiana

Pascua es el núcleo de la fe y el centro de toda la vida cristiana. El sepulcro vacío y las apariciones de Cristo Resucitado, mostrando sus heridas, son el fundamento de la fe cristiana. La Vigilia Pascual nos orienta en el camino de nuestra vida, y nos revela que Cristo es Luz y es Palabra viva. La Vigilia es memoria de las acciones de Dios para con su Pueblo, para con su Hijo y para con nosotros. Asociados a Cristo por el bautismo, con una vida “espiritual” en medio del mundo, y alimentados con el Cuerpo y la Sangre del Resucitado, hemos sido “recreados” a su imagen y hechos Cuerpo suyo. Demos gracias con humildad.

La fe es un encuentro que cambia la vida, un acontecimiento transformador: “No se empieza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”, enseña Benedicto XVI en su primera encíclica. Los cristianos recordamos la acción de Dios que es salvación y gracia, y hemos experimentado el amor de unos por otros, que proviene de Dios en Jesucristo. Recordemos experiencias de encuentro y amor, el gozo de tener fe, de ser miembros de la Iglesia, de poder testimoniar a Cristo y transformar el mundo, viviendo las Bienaventuranzas.

Todo creyente está llamado a redescubrir durante la Pascua la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. Una fe profesada, celebrada, vivida y rezada. Buscamos renovar nuestra conversión para que sea auténtica y rejuvenecer nuestro testimonio, para ser más creíbles, con un estilo de vida que intensifique la caridad que nace de la fe en el Resucitado. «La fe crece y se fortalece creyendo», dice S. Agustín. Si no profesamos con valentía a Jesucristo, nos convertiremos en una ONG piadosa, pero que no es la esposa del Señor. Si caminamos, edificamos y confesamos sin la cruz, no somos discípulos del Señor. Y el Papa Francisco insiste en que «Cristo es la referencia fundamental, el corazón de la Iglesia». Debemos confiar en la misericordia infinita de Dios, la Roca que fundamenta nuestra esperanza, y la viga maestra de la fe, sin “temor a la bondad y a la ternura. Hay que caminar juntos, sin cansarnos, en la confianza, en la ternura y en la bondad”. Y acercarnos a la gente, cuidando de los más débiles y necesitados.

La Pascua nos anima a caminar desde Cristo Resucitado, siendo testigos de su amor crucificado, teniendo la mirada fija en su rostro luminoso. Toda la acción pastoral de la Iglesia debe orientarse hacia una experiencia de fe sólida, que haga florecer la santidad, en la línea del Concilio Vaticano II (LG 5), que enseña la vocación universal a la santidad. No contentarse con la mediocridad, sino asumir ideales elevados: oración, vivencia del domingo, eucaristía, reconciliación, escuchar, vivir y anunciar la Palabra; y en todo, caridad ejemplar. Así surgirá una nueva evangelización. Estamos invitados a ser más contemplativos y no puramente activos. Con estilo sinodal, que aúna esfuerzos y experiencia, en las parroquias y en la Diócesis. Que no forjemos estructuras sin alma, sino que cultivemos una espiritualidad de comunión que es don de Dios y es relación fraterna. Así seremos la Iglesia que es expresión del amor concreto de Dios en las más variadas situaciones de sufrimiento y indigencia. Una Iglesia pobre, misericordiosa y misionera. Que sale de sí misma y no es clericalizada, con pastores cercanos a la gente. Jesucristo es la Puerta siempre abierta. Él nos dará un nuevo impulso apostólico, animados y sostenidos por la confianza en la presencia de Cristo y en la fuerza del Espíritu Santo.

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