La Pascua se va acercando. Cuaresma, tiempo «fuerte» de oración, ayuno y atención a los necesitados, ofrece a todo cristiano la posibilidad de prepararse a la Pascua haciendo un serio discernimiento de la propia vida, confrontándose de manera especial con la Palabra de Dios, que ilumina el itinerario cotidiano de los creyentes, y con el criterio-clave de autenticidad cristiana, que es el amor, y el amor concreto a los pobres y necesitados, con la limosna penitencial.
Nuestra época está influenciada, lamentablemente, por una mentalidad particularmente sensible a las tentaciones del egoísmo, siempre dispuesto a resurgir en el ánimo humano. Tanto en el ámbito social, como en el de los medios de comunicación, la persona está a menudo acosada por mensajes insistentes que, abierta o solapadamente, exaltan la cultura de lo efímero y lo hedonístico. Aun cuando no falta una atención a los otros en las calamidades ambientales, como el terrible terremoto de febrero pasado, las guerras u otras emergencias, generalmente no es fácil desarrollar una cultura de la solidaridad y del compartir. El diablo nos aleja del prójimo y nos encierra en nuestro egoísmo. El espíritu del mundo altera la tendencia interior a darse a los demás desinteresadamente, e impulsa a satisfacer los propios intereses particulares. Se incentiva cada vez más el deseo de acumular bienes. Pero Jesús ya desde el inicio de la Cuaresma nos ayuda a vencer al maligno: “Vete, Satanás, porque está escrito: ‘Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto’” (Mt 4,11)
El esfuerzo del cristiano por promover la justicia, su compromiso de defender a los más débiles, su acción humanitaria para procurar el alimento a quien carece de él, por curar a los enfermos y prestar ayuda en las diversas emergencias y necesidades, se alimenta del particular e inagotable tesoro de amor que es la entrega total de Jesús al Padre. El creyente se siente impulsado a seguir las huellas de Cristo, que, en la perfecta adhesión a la voluntad del Padre, se despojó y humilló a sí mismo (cf. Fil 2,6ss), entregándose a nosotros con un amor desinteresado y total, hasta la cruz. Desde el Calvario se difunde de modo elocuente el mensaje del amor a todos, y en toda época y lugar.
Debemos difundir y testimoniar el Evangelio de la caridad en todo lugar, ya que la vocación a la caridad representa el corazón de toda auténtica evangelización, y es el criterio-clave de autenticidad cristiana. “Los seguidores de Jesús se reconocen por su cercanía a los pobres, a los pequeños, a los enfermos y a los presos, a los excluidos y a los olvidados, a quien está privado de alimento y ropa”, destaca el Papa Francisco. Y afirma que este es el criterio-clave de autenticidad cristiana, “no siendo una tarea para pocos” sino la misión de toda la Iglesia. La fe, la esperanza y el amor necesariamente nos empujan hacia esta preferencia por los más necesitados, que va más allá de la pura necesaria asistencia. Implica de hecho el caminar juntos, el dejarse evangelizar por ellos, que conocen bien al Cristo sufriente, el dejarse “contagiar” por su experiencia de la salvación, de su sabiduría y creatividad. Compartir con los pobres significa enriquecerse mutuamente. Y, si hay estructuras sociales enfermas que les impiden soñar por el futuro, tenemos que trabajar juntos para sanarlas, para cambiarlas.”