La paz se aprende en la familia

Con la fiesta del Bautismo del Señor, que es la manifestación de Dios y de su Amor en la persona del hombre Jesucristo, Salvador de toda la humanidad, concluimos el gozoso tiempo litúrgico de Navidad y Epifanía. Y Jesús, «el Hijo amado en quien el Padre se complace», nos revela el Evangelio de la familia, que nos hace felices y que queremos testimoniar a nuestro mundo, para que reencuentre la paz.

El Papa Benedicto XVI ponía de relieve en 2008 que es en la familia donde se aprende a vivir la paz. Por tanto, quien debilita la familia debilitará también y dañará la paz. La primera forma de comunión entre las personas es la que el amor suscita entre un hombre y una mujer decididos a unirse establemente para construir juntos una nueva familia. También los pueblos de la tierra están llamados a establecer entre sí relaciones de solidaridad y colaboración, como corresponde a los miembros de la única familia humana. En una vida familiar sana, según el Papa, se experimentan algunos elementos esenciales de la paz: la justicia y el amor entre hermanos, la función de la autoridad y la ternura manifestadas por el padre y la madre, el servicio cariñoso hacia los miembros más débiles y dependientes, porque son pequeños, ancianos o enfermos; la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la acogida del otro; perdonar y recomenzar; bienes y talentos puestos en común, y solidariamente compartidos. Todo esto es la paz. Por tanto, hay que valorar la familia como la primera e insustituible educadora de la paz. No debe sorprender, pues, que se considere particularmente intolerable la violencia cometida dentro de la familia, con el ser humano en formación en el nido materno, o con la violencia doméstica o el trato injusto o abusivo entre los miembros de una familia.

El lenguaje familiar es un lenguaje de paz; a él es necesario recurrir siempre para no perder el vocabulario de la paz. En la inflación de lenguajes actual, la sociedad no puede perder la referencia a esta «gramática» que todo niño aprende de los gestos y miradas de la madre y del padre, incluso antes que de sus palabras. Y por eso quien obstaculiza a la institución familiar, hace que la paz de toda la comunidad, nacional e internacional, sea frágil, porque debilita lo que, de hecho, es la principal constructora de la paz. “Todo lo que contribuye a debilitar a la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lo que directa o indirectamente dificulta su disponibilidad para la acogida responsable de una nueva vida, lo que se opone a su derecho en ser la primera responsable de la educación de los hijos, es un impedimento objetivo para el camino de la paz”.

La familia necesita la estabilidad y fidelidad del matrimonio. El Papa Francisco en 2014 decía que “es importante preguntarnos si es posible quererse ‘para siempre’ en el matrimonio. Hay miedo a tomar decisiones definitivas, de por vida, porque parece imposible… Es una mentalidad que lleva a pensar en estar juntos sólo hasta que nos dure. Pero ¿qué entendemos por ‘amor‘? ¿Sólo un sentimiento, una condición psicofísica que no es sólida? “Si el amor es una relación –dice el Papa–, entonces es una realidad que crece, como una casa. Y la casa se edifica en compañía, ¡no solos! La familia nace de “este proyecto de amor que quiere crecer: que sea lugar de cariño, de ayuda, de acogida, de esperanza”. Necesitamos familias que duren y abiertas a la vida. Y necesitamos protección de los legisladores y de los gobernantes, pero también aceptación y valoración social.

Compartir