La formación litúrgica del Pueblo de Dios

El Papa Francisco, el 29 de junio de este año, nos regaló la bella y profunda Carta apostólica “Desiderio desideravi” sobre la formación litúrgica del Pueblo de Dios con la que quiere “invitar a toda la Iglesia a redescubrir, custodiar y vivir la verdad y la fuerza de la celebración cristiana” y pide que “se ayude al Pueblo santo de Dios a beber de la fuente principal de la espiritualidad cristiana, redescubriendo los principios que expresa la Constitución sobre liturgia del Concilio Vaticano II”. Pide también abandonar las polémicas para escuchar lo que el Espíritu dice a la Iglesia, manteniendo la comunión y la admiración por la belleza de la liturgia, bajo la mirada de María.

En el número 16 de esta Carta, el Papa nos anima a redescubrir el sentido teológico profundo de la liturgia y su importancia dentro de la vida de la Iglesia, invitándonos a todos a profundizar en la formación litúrgica. Un aspecto que deberíamos tener especialmente en cuenta es que la liturgia y la celebración de la Eucaristía no es un éxito nuestro ni un fruto de nuestros deseos, sino el don de la Pascua del Señor que, cuando lo aceptamos con docilidad, transforma nuestra existencia: “No se entra en el Cenáculo si no es por la fuerza de atracción de su deseo de comer la Pascua con nosotros: “¡Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer!” (Lc 22,15). Para curar la mundanidad espiritual que se ha introducido en el seno de la Iglesia y, por tanto, también en la liturgia, es necesario redescubrir la belleza de las celebraciones litúrgicas. Esto nos exige superar el “esteticismo ritual” y la “dejadez banal” en las celebraciones, confundiendo “lo esencial” con la “superficialidad ignorante”, “lo concreto de la acción ritual con un funcionalismo práctico exagerado” (nº 22). Como propuestas concretas, el documento invita a cuidar todos los aspectos de la celebración, y además, nos pide que tengamos en cuenta las normas litúrgicas establecidas por la Iglesia, para no sustraer a la asamblea lo que le corresponde, es decir, el misterio pascual celebrado en el modo ritual que la Iglesia establece.

Son 3 las dimensiones que emergen claramente del impulso conciliar hacia la renovación de la vida litúrgica: 1.- La participación activa y fructífera; 2.- La comunión eclesial animada por la Eucaristía y los sacramentos de la Iglesia; y 3.- El impulso a la misión evangelizadora a partir de la vida litúrgica que involucra a todos los bautizados. Es necesaria una buena formación litúrgica para todo el Pueblo de Dios, empezando por los obispos, presbíteros y diáconos. Además, esto afecta a la totalidad del Pueblo de Dios que asiste, que participa y que se une a la acción sacerdotal de Jesucristo, a través de los ritos y plegarias que hacen posible todo culto litúrgico público. Reclama un auténtico arte de celebrar, que incluye varios aspectos fundamentales: el arte de obedecer (obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud); el arte de armonizar (armonía del rito, de los adornos litúrgicos, la decoración, el lugar sagrado, las formas de lenguaje previstas por la liturgia, los cantos, gestos y silencios…); y el arte de la caridad (uniendo disciplina y espontaneidad). Fue S. Pablo VI quien, al promulgar la Constitución de Sda. Liturgia, dijo: “Dios en el primer puesto; la oración, la primera obligación; la Liturgia, la primera fuente de la vida divina que se nos comunica, la primera escuela de nuestra vida espiritual, el primer don que podemos hacer en el pueblo cristiano, que con nosotros cree y reza, y la primera invitación al mundo para que desate en oración feliz y veraz su lengua muda, y sienta el inefable poder regenerador de cantar con nosotros las alabanzas divinas y las esperanzas humanas, por Cristo en el Espíritu Santo”.

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