Jornada del migrante y el refugiado 2024

Con el lema «Dios camina con Su pueblo«, celebramos este domingo la Jornada mundial del migrante y el refugiado 2024, que remarca que reconocemos que Dios hace camino con y entre Su pueblo, y nos urge a profundizar en una catolicidad, que sepa abrazar la diversidad. Recientemente los Obispos de la CEE hemos publicado un documento importante sobre la emigración “Comunidades acogedoras y misioneras”, que es como una hoja de ruta para la revitalización misionera de las parroquias y comunidades, que están llamadas a acoger, ayudar y dejarse fecundar por quienes llegan entre nosotros. Vivimos tiempos de desplazados por todo el mundo, gente que huye del hambre y las guerras, de la falta de trabajo y seguridad, de las mafias y el racismo, y debemos acoger sus vidas y sus necesidades para protegerlos de la indiferencia. Son hermanos nuestros, con una dignidad «infinita», y Dios nos reclama la hospitalidad. No podemos negarnos. Él nos quiere hermanos unos de otros y que hagamos camino con apertura y sin orgullos ni supremacismos.

La respuesta cristiana al complejo fenómeno migratorio se basa en principios fundamentales del Evangelio, que llaman a la hospitalidad, compasión y solidaridad con los más vulnerables. El libro del Levítico (19,33-34) insta a los israelitas a tratar al extranjero como un ciudadano más y a amarle como a sí mismo, ya que ellos también fueron extranjeros en Egipto. Este mandato resuena con fuerza en la enseñanza de Jesús en el Nuevo Testamento, especialmente en pasajes como Mateo 25,35, donde Jesús proclama: «Era forastero y me acogisteis«. Acoger a los migrantes y refugiados es, en última instancia, acoger a Cristo mismo. De ahí que la Doctrina Social de la Iglesia Católica, refuerce la obligación de acoger con dignidad y respeto. La encíclica «Fratelli tutti» del Papa Francisco también hace un llamamiento a superar la indiferencia y el miedo, promoviendo una cultura del encuentro y la integración. La migración no es sólo un desafío, sino también una oportunidad para construir sociedades más inclusivas y fraternas, no sólo con un tratamiento de ayuda solidaria, sino recibirlos en las comunidades, ya que ellos también pueden revitalizarlas.

La acogida es un testimonio de fe y no sólo una obligación moral. La hospitalidad es una forma de vivir el mandamiento del amor al prójimo. Al abrir las puertas y corazones a los que buscan refugio, los cristianos reflejan el amor incondicional de Dios. Esta acogida va más allá de lo material, implicando también la integración y el acompañamiento espiritual, ayudando a los migrantes a encontrar un sentido de pertenencia y de comunidad. Es cierto que conlleva numerosos desafíos, incluyendo el miedo a lo desconocido, el racismo, la xenofobia y las dificultades económicas. Sin embargo, la comunidad cristiana estamos llamados a responder con generosidad y creatividad. Esto puede incluir desde dar refugio y asistencia básica hasta la defensa de los derechos de los migrantes y la promoción de políticas justas que faciliten la integración. Habrá que aprender el idioma, la ayuda legal, el acompañamiento emocional y espiritual y la promoción de la integración en la sociedad de acogida. Además, el diálogo interreligioso y la cooperación con otras comunidades de fe pueden fortalecer estos esfuerzos, promoviendo una respuesta unificada y solidaria. Estamos llamados a testimoniar un amor que no conoce fronteras, que sabe descubrir en cada migrante no sólo un extranjero, sino un hermano o hermana en Cristo, y responderle con la misma compasión y dignidad que Jesús mostró a los más marginados de su tiempo.

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