El próximo día 1 de septiembre celebraremos la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, instituida por el Papa Francisco en 2015. Con esta Jornada, quiere ofrecer una oportunidad a cada creyente y a las comunidades cristianas para renovar su adhesión personal a la vocación de ser custodios de la Creación. Queremos dar gracias a Dios por la maravillosa obra que Él ha confiado a nuestro cuidado, invocar su ayuda para protegerla y su misericordia por los pecados que cometemos contra ella. Con la Jornada, la Iglesia Católica se suma también al “Tiempo de la Creación”, iniciativa ecuménica promovida por el Consejo Mundial de las Iglesias, que tiene lugar cada año del 1 de septiembre al 4 de octubre, fiesta de S. Francisco. Durante este tiempo, los cristianos estamos llamados a orar unidos por la creación y a dar pasos eficaces en favor de su protección. La ecología no es sólo una necesidad de justicia y de supervivencia de los humanos, aunque también lo es. Para nosotros es una llamada enraizada en la experiencia cristiana, como enseña el Papa en su encíclica Laudato si’ (2015), que nos conviene releer y meditar. Es la experiencia de que el mundo no es fruto del azar, causalidad ciega o realidad sin sentido, sino que es la creación de Dios, Amor infinito, y que la sostiene, la ha asumido y la ha redimido.
Lamentablemente, los humanos estamos causando un enorme daño a la tierra como resultado de la violencia que existe en nuestro corazón, herido por el pecado, que se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, el agua, el aire y en los seres vivos (LS, 2). Por eso, en su Mensaje para esta Jornada, nos invita a escuchar el latido materno de la tierra y, al igual que el corazón de los niños en el seno materno se encuentra en armonía con el de sus madres, acompasamos los ritmos de nuestra vida con los de la creación que nos da la vida. Y el Papa propone tres caminos para hacerlo: transformar nuestros corazones, nuestros estilos de vida y las políticas públicas que gobiernan la sociedad.
Transformar nuestros corazones, asumiendo una “conversión ecológica”, como pidió S. Juan Pablo II, y que Francisco profundiza en Laudato sí’. Es necesario renovar nuestra relación con la creación, para que no la consideremos ya como un objeto del que nos aprovechamos, sino que nos convirtamos en custodios de un don sagrado del Creador.
Transformar nuestros estilos de vida, con menos residuos y menos consumos innecesarios, con mayor atención a los hábitos y decisiones económicas, haciendo un uso lo más moderado posible de los recursos, practicando la sobriedad, reciclando y apostando por productos y servicios ecológicos y socialmente responsables.
Transformar las políticas públicas, poniendo fin a políticas que favorecen las riquezas escandalosas y condiciones de degradación contrarias a la justicia y a la paz, acumulando «deuda ecológica» de las naciones ricas. Es necesaria una transición rápida y equitativa para poner fin a los combustibles fósiles, frenar el calentamiento global y poner fin a la injusticia hacia los pobres y las generaciones futuras.
Vivamos con intensidad esta oportunidad de renovación. Son múltiples las iniciativas de la Iglesia, como la Red Ecoparroquias, promovida por Justicia y Paz, que nos pueden ayudar en este proceso personal y comunitario de conversión ecológica que tanto necesitamos.