La brillante Luz de Meritxell ha sido el faro que ha guiado a la multitud de peregrinos que desde primera hora de la mañana del 8 de septiembre ha querido subir hasta el Santuario-Basílica para venerar su imagen y participar en la solemne Eucaristía presidida por la Arzobispo y Copríncipe con motivo la solemnidad litúrgica de la Natividad de María, además de ser la Fiesta de la Patrona de Andorra y Fiesta Nacional del Principado.
Tras las restricciones debido a la situación sanitaria vivida en los dos últimos años, parecía que este año había aún más ilusión por participar de una fecha tan especial para todos los andorranos, que han vuelto a llenar el templo como antes de la pandemia. Ya en la vigilia hubo una buena afluencia de fieles en el rezo del Santo Rosario en memoria de los 50 años del incendio del antiguo santuario y la posterior Eucaristía presidida por el Arcipreste de los Valles, Mn. Ramon Sàrries.
Al inicio de la celebración, El Arzobispo Joan-Enric también se refirió a aquel trágico incendio que consumió el viejo santuario y entristeció mucho a los andorranos, tuviera unas palabras de recuerdo por el arquitecto Ricard Bofill, que proyectó el actual Santuario y que murió el pasado enero a los 82 años, y pidió al Señor que los incendios no devoren el alma de nuestro pueblo y que sepamos tener entereza ante la adversidad, como hace cincuenta años lo fueron los andorranos al ver destruido el templo que tanto amaban.
La Eucaristía empezó a las once de la mañana con la entrada en procesión de los concelebrantes mientras el Coro de los Petits Cantors d’Andorra, dirigido por Jordi Sabata, entonaba las estrofas del Ave de Meritxell. Estaban presentes los más altos representantes de las instituciones nacionales andorranas encabezados por el Jefe de Gobierno con los Ministros de su gabinete, la Síndica General, una amplia representación de los Consejeros Generales, los representantes de los Copríncipes, los Cónsules de las siete Parroquias y los representantes de las principales entidades sociales y económicas del país.
El Arzobispo comenzó la homilía evocando nuevamente la triste noche del 8 al 9 de septiembre de 1972, cuando las llamas devoraron la casa de la Madre de todos los Andorranos, para poner en valor la forma en que reaccionaron los ciudadanos, construyendo sobre las cenizas un nuevo Santuario que hoy es un símbolo del Principado tanto dentro del país como de fronteras afuera.
Aquella fue una noche de sufrimiento, como ha habido otras después, incluso recientes, como las que han tenido que vivir las personas que ha perdido a un ser querido durante la pandemia. Pero entonces, como ahora, es necesario saber reaccionar ante las dificultades mirando hacia el futuro con esperanza, por incomprensibles, duras o injustas que nos puedan parecer las cruces que debemos sufrir. “Es bueno mirar a la Cruz de Jesús, su sufrimiento; y las cruces de los hombres y mujeres del mundo, y sacar fuerzas e impulso de la Resurrección del Señor. […] Pero desde Jesús, la cruz es portadora de amor y de sentido”, recordó el Arzobispo, y concluyó la homilía pidiendo a la Virgen de Meritxell, “que nos levanta de nuestras cruces y nos sostiene con su amor, […] ilumine los pasos de nuestro País y nos haga difusores de la luz de la fe para iluminar nuestro mundo y hacerlo más justo, habitable, pacífico y fraterno”.
Al finalizar la celebración, el Coro de los Pequeños Cantores interpretó los gozos a la Virgen de Meritxell y el himno andorrano, mientras los fieles se acercaban a venerar la imagen de la Patrona del Principado. Minutos más tarde, en el claustro del Santuario, las autoridades y muchos fieles se acercaron a Mons. Vives para saludarle personalmente, al tiempo que las notas de una copla invitaba a los peregrinos a un baile de sardanas para cerrar el día festivo, compartiendo una cata de torta y moscatel.
Transcribimos a continuación el texto íntegro de la homilía del Arzobispo y Copríncipe: