Así se titula el Documento de trabajo para la Etapa Continental del Sínodo que el próximo octubre llega a su reunión de los Obispos con el Papa y otros miembros e invitados. Anima a la apertura, a salir para evangelizar. El Papa Francisco insiste: “La Iglesia está en salida o no es Iglesia, y está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre. De modo que, si alguien quiere seguir una moción del Espíritu y se acerca a ella, buscando a Dios, no se encontrará con la frialdad de unas puertas cerradas. Ya que «la naturaleza de la Iglesia, no es ser una fortaleza cerrada, sino «una tienda de campaña» capaz de ensancharse para recibir a todos: «es una Iglesia en salida, una Iglesia con las puertas siempre abiertas».
Al iniciar el curso pastoral y salir de nuevo a sembrar con esperanza, miremos el camino de fe realizado por “Abraham, nuestro padre en la fe”. Él ensanchó su tienda, su futuro, porque aceptó la llamada de Dios, a “dejar a su pueblo, su casa…y marcharse hacia el país que Dios le mostraría”. Y «avanzó de campamento en campamento, hasta el desierto del Neguev»; de etapa en etapa; sin verlo todo claro ni saberlo de antemano. ¡Hay que ir haciendo el camino de la vida, con la compañía y la amistad del Señor y la de los hermanos que nos pone a nuestro lado! Abraham se dirigió hacia donde Dios quisiera. Sin cálculos ni ideas previas. Esta figura debe ayudarnos mucho a todos, para ser servidores de las comunidades, en el inicio del curso. Confiar, dejar hacer al Señor, como dice el salmista: “Encomienda al Señor tu camino; confía en él y él actuará” (Sl 37.5).
Al salir a sembrar, nos conviene abandonar los prejuicios y miedos sobre las personas, o sobre las fuerzas que tenemos, o sobre las graves dificultades de nuestro tiempo y del ambiente hostil de increencia. Hay que salir de nosotros mismos, escuchar más, ir a donde vive la gente, salir de los ambientes demasiado confortables, dejarnos interpelar y renovar nuestro estilo pastoral en lo que convenga. Todo para anunciar con una nueva audacia el Evangelio. Dejemos que el Espíritu Santo nos sorprenda una vez más. Él moverá los corazones de quienes quizás nos parecen irreductibles y cerrados. No demos nada ni nadie nunca por perdido, por inútil, en orden a anunciarle el Evangelio. Como dice S. Pablo: “insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina” (2Tm 4,2).
Seamos conscientes de que somos pobres y débiles, y que será necesaria siempre la ayuda de Dios. No se trata tanto de hacer como de dejar hacer, de confiar absolutamente en la gracia de Dios. Él nos liberará de la sed de éxito inmediato y visible, nos salvará de los miedos que paralizan, del orgullo que nos cierra, de las desavenencias y críticas que todo lo vuelven estéril. ¡Amémonos y amemos a todo el mundo! Seamos humildes y bondadosos. Busquemos lo que nos une, lo positivo en cada persona, su deseo de felicidad y de salvación, que sólo Jesucristo sacia. Los «signos de los tiempos» nos animan a dar un salto cualitativo en la dedicación evangelizadora en nuestra Diócesis. Después de la pandemia y pese a los cansancios, retomemos la vida pastoral con las reuniones, la oración comunitaria, la caridad y el encuentro fraterno. Muchos anhelan que les hablemos de Jesucristo, que valoran la Iglesia y la dedicación de los sacerdotes, y que esperan que les ofrezcamos un ambiente sano y humanizador para sus familias; que les reconozcamos como amigos y hermanos, que les abramos las puertas y la solidaridad real, con una acogida cordial, paciente y misericordiosa. ¡Así ensancharemos la Iglesia y seremos testigos de la Vida nueva del Resucitado!