El hermoso signo del pesebre

En la carta apostólica “Admirabile signum” “El hermoso signo del pesebre”, el Papa Francisco escribió en 2019 sobre el significado y el valor del pesebre para celebrar la venida del Niño Jesús. “En cualquier lugar y de cualquier manera, el belén habla del amor de Dios, el Dios que se ha hecho niño para decirnos lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que sea su condición” (n. 10). El pesebre es como un Evangelio vivo, que invita a ponerse espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre y mujer. Proviene de S. Francisco, en 1223, quien en Greccio (Italia) expresó que deseaba celebrar la memoria del Niño que nació en Belén para contemplar con sus ojos lo que sufrió en su dependencia de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre pajas entre el buey y la mula. Aquella Navidad, junto a frailes y otras personas, Francisco encontró el pesebre con el heno, el buey y la mula. Después, con gran alegría de todos, el sacerdote celebró solemnemente la misa, mostrando el vínculo entre la encarnación del Hijo de Dios y la Eucaristía. En aquella ocasión no había figuras: fueron todos los presentes.

El pesebre manifiesta la ternura de Dios que, siendo Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez, y es una invitación a ‘sentir’ y a ‘tocar’ la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación, así como una llamada a encontrarlo y a servirlo con misericordia en los hermanos más necesitados. Toda la creación participa en la fiesta de la venida de Jesús. Por esto colocamos el cielo estrellado, casitas, los animales y los pastores pues toda la creación participa en la fiesta de la venida del Mesías. Los ángeles y la estrella son la señal de que también nosotros estamos llamados a ponernos en camino para llegar a la gruta y adorar al Señor. Los pastores se convierten en los primeros testigos de la salvación que se les ofrece. María es la madre que contempla a su hijo y lo muestra a cuantos vienen a visitarlo. Es la Madre de Dios Inmaculada que no tiene a su Hijo sólo para sí misma, sino que pide a todos que obedezcan a su palabra y la pongan en práctica. Le acompaña S. José, custodio de la familia, que nunca se cansa de protegerles y que no duda en ponerse en camino ante la amenaza de Herodes. El primer educador de Jesús niño y adolescente, que como hombre justo confió siempre en la voluntad de Dios y la puso en práctica. Los Reyes Magos nos recuerdan nuestra misión evangelizadora. Llegan de Oriente para contemplar al Niño y ofrecerle sus dones. Muestran que todo cristiano tiene que ser evangelizador y que se puede comenzar a caminar desde muy lejos para llegar a Cristo. Ante Él comprenden que Dios, igual que regula con sabiduría el curso de las estrellas, guía la historia, abajando a los poderosos y enalteciendo a los humildes.

El pesebre comienza a palpitar cuando, el día de Navidad, colocamos la imagen bendecida del Niño Jesús. Entonces Dios se presenta así, en un niño, para ser recibido en nuestros brazos. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder que todo lo crea y transforma, y nos revela la grandeza de su amor, que se manifiesta en la sonrisa del Niño y en el tender sus manos hacia todos. A todos nos abraza y bendice. Recemos estos días ante el pesebre y acojamos la Paz de Jesús, meditando en las figuras y en todo lo que representan.

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