En la última reunión de hace justo un mes de todos los Obispos de Cataluña, tenida en Tarragona, en nuestro Comunicado final manifestábamos estar preocupados por «algunas recientes iniciativas legislativas en relación a la eutanasia y el suicidio asistido, y recordábamos el compromiso de la Iglesia en favor de la vida, sobre todo de las personas en situaciones de especial vulnerabilidad, que en palabras bien recientes del papa Francisco «debe ser clara, firme y apasionada». Asimismo, expresamos que la Iglesia pide mitigar el dolor y el sufrimiento mediante cuidados paliativos y el acompañamiento a los enfermos y a los cuidadores, y legislar en favor de buenas medidas sociales que permitan una mejor atención a los enfermos». Preocupa constatar la distorsión con que son tratados a menudo estos temas de la enfermedad grave, el final de la vida y el acompañamiento de la muerte, que son tan importantes para las personas, las familias y toda la sociedad.
Abundando en ello, el 21 de mayo los Obispos de la Subcomisión de Familia y Vida de la CEE han aportado una Nota breve que deseo resumiros para que ayude a la reflexión. Los Obispos la estructuran en 7 puntos y un recordatorio inicial, donde afirman con claridad: «El mandamiento «no matarás» se encuentra en el fundamento de toda ética verdaderamente humana y, de manera particular, en la tradición cristiana. «Explícitamente, el precepto «no matarás» tiene un fuerte contenido negativo: indica el límite que nunca puede ser transgredido. Implícitamente, sin embargo, lleva a una actitud positiva de respeto absoluto por la vida, ayudando a promoverla y a progresar por el camino del amor que da, acoge y sirve.» (Ev.Vitae. 54).
- La eutanasia y el suicidio asistido son presentados hoy por algunos como respuestas viables y aceptables al problema del dolor y del sufrimiento. Lo que no queremos es sufrir. Benedicto XVI afirmaba: «es cierto que tenemos que hacer todo lo posible por superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo, no está en nuestras manos, simplemente porque no podemos desprendernos de nuestra limitación, y porque ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal, de la culpa, que -lo vemos- es una fuente continua de sufrimiento» (Spe Salvi, 36).
- La eutanasia en sentido verdadero y propio se debe entender como una acción u omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. La Iglesia siempre ha considerado la eutanasia como un mal moral y un atentado a la dignidad de la persona, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana (cf. E.V. 65).
- La proposición de ley ahora presentada en el Parlamento defiende una absolutización del principio de autonomía y de la pura subjetividad como criterios fundamentales de la decisión. Pero nadie es dueño absoluto de la vida. No existe un derecho a disponer arbitrariamente de la propia vida. Las decisiones terapéuticas tienen su raíz en los conocimientos de la medicina basada en la evidencia y buscan curar.
- Por otra parte, no es posible entender la eutanasia y el suicidio asistido como algo que se refiera exclusivamente a la autonomía del individuo, ya que estas acciones implican la participación de otros, en este caso, del personal sanitario. Ya el juramento hipocrático afirma: «“no daré ninguna droga letal a nadie, aunque me la pidan, ni sugeriré un tal uso”.
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