Tenemos ante nosotros un reto importante: la acogida de los migrantes. La llegada de nuevas migraciones debe ser contemplada con los ojos de Dios, que es Padre de todos, misericordioso y justo. A pesar de las malas noticias que nos invaden: guerra, crisis, complicaciones postpandemia, y los desánimos que siempre nos pueden acompañar, los creyentes debemos aportar mucho en este camino esperanzador y en la definición de horizontes d futuro. Debe ser nuestro servicio a la Iglesia y a la sociedad en estos tiempos recios.
Es el momento de sacar lo mejor de nosotros para moldear juntos este proyecto de humanidad abierto y esperanzador. Para hacerlo posible, Cristo suscita vocaciones de amor y servicio, y nos envía comunidades y migrantes que posibilitan que ese sueño de fraternidad de Dios se realice y se transforme en anuncio y en movimiento que devuelve dignidades arrebatadas. Nosotros podemos y debemos animar, apoyar y acompañar a tantos migrantes y refugiados que llegan a nuestro país. Son hermanos nuestros y no los podemos abandonar o marginar.
Es tiempo de caer en la cuenta de que hay un lenguaje común con otras maneras de pensar, y de que defender la dignidad humana, reconocerla y comprometernos con revitalizarla allí donde se pone en cuestión. Esto siembra esperanza en el futuro y defiende la inquebrantable dignidad de cada persona para que pueda vivir en nuestro mundo y se construya la fraternidad.
La Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado que hace poco hemos celebrado y el lema que la inspiraba: “Aquí construimos el futuro con los migrantes y los refugiados”, fija la mirada en quienes pueden ser privados de la construcción de este futuro si no hacemos nada o si globalizamos la indiferencia. Los Obispos de la Subcomisión Episcopal para las Migraciones señalaban 4 puntos para cumplir el mandato de Jesús con los migrantes, y nos animaban a construir comunidades acogedoras, misioneras y hospitalarias.
- Es tiempo de comenzar a edificar a ritmo de la justicia que mana de Dios, incluyendo a todos con gestos concretos, pues como cristianos no tenemos derecho de excluir a los demás, juzgarlos o cerrarles las puertas.
- No hay futuro sin atender a quienes forman parte de él, pero tampoco sin ayudar a que sean sujeto de su propia construcción.
- Y ese futuro de todos se construye aprendiendo a descubrir el tesoro que nos aportan los migrantes y refugiados. Pensemos en tantos profesionales, los que cuidan personas vulnerables, técnicos y personal de servicio, etc.
- Debemos preparar nuestras comunidades para que sean acogedoras, misioneras, hospitalarias, tengan o no migrantes en su seno, para construir un futuro real fraterno y en paz.
Los migrantes no son invasores o ciudadanos de segunda. La Iglesia considera inaceptable la mentalidad y las actitudes que hacen “prevalecer a veces ciertas preferencias políticas por encima de hondas convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color religión, y la ley suprema del amor fraterno” (Fratelli tutti n. 39). La hospitalidad siembra futuro y la fraternidad es posible si generamos comunidades significativas que vivan en su seno la armonía que regala la fe. Deseamos un futuro donde todos quepamos y podamos vivir en paz y fraternidad.