Amemos y suframos por Tierra Santa

Hace un año, con motivo del centenario de la revista franciscana “Tierra Santa”, el Papa Francisco decía que “dar a conocer Tierra Santa supone transmitir el ‘Quinto Evangelio’, es decir, el entorno histórico y geográfico donde la Palabra de Dios se reveló y después se hizo carne en Jesús de Nazaret, al tiempo que significa conocer a las personas que hoy viven allí, la vida de los cristianos de las diferentes Iglesias y denominaciones, pero también la de los judíos y musulmanes, para intentar construir, en un contexto complejo y difícil como el de Oriente Medio, una sociedad fraterna”. Esto es lo que desde hace una veintena de años, en enero, vamos llevando a cabo la «Coordinadora de Obispos en apoyo de Tierra Santa» (HLCoordination), de la que formo parte por la Conferencia Episcopal. Este año hemos visitado Jordania, también parte de la Tierra Santa, ya que fue la tierra donde Moisés vio la Tierra Prometida, desde el Monte Nebo, también lugar del ministerio del Bautista y del Bautismo del Señor, y del inicio de su ministerio, lugar que guarda los mosaicos de Mádaba, por mencionar sólo algunos aspectos.

Al final del encuentro hacemos público un Comunicado en el que expresamos los retos que tienen delante las comunidades cristianas, que en Jordania son una minoría bien aceptada en ese vasto mundo musulmán. Se saben descendientes de los cristianos que huyeron de Jerusalén después de la persecución del siglo primero, y en el Jordán, formaron una comunidad antes de llegar a Antioquía. Su Iglesia siempre ha estado allí presente durante los últimos 2.000 años y han sido testigos de la fe en Jesucristo a lo largo de la historia. Una historia nada fácil, a menudo martirial, pero que les compromete a permanecer allí porque son los custodios de los lugares santos y quieren que peregrinos de todo el mundo vengan a encontrarse con las piedras vivas de Tierra Santa. Llevan ya catorce siglos conviviendo con el Islam, experimentando el diálogo y compartiendo la misma cultura, lengua, historia y destino. Ellos ven que pueden contribuir al diálogo de toda la Iglesia con el Islam. Quieren llevar a cabo la misión de estar al servicio de todos, empezando por la comunidad cristiana, y anunciando el Evangelio de la paz, el amor y la dignidad humana. Servir a todos, en educación, salud, asistencia y acogida generosa de los emigrantes y refugiados que allí son casi 4 millones, en un país de 11 millones de habitantes. Las familias y las parroquias, con Cáritas Jordania por delante, han sido ejemplares. También la monarquía y las autoridades. Quieren que se hable más de “comunión” que de “solidaridad”.

El Vicario patriarcal de Jordania, Mons. Jamal Daibes, nos decía que nuestra visita era más que una peregrinación, era una visita de comunión, que les hacía sentir parte de la Iglesia universal a la que todos pertenecemos teniendo a Cristo como Cabeza. Él agradecía nuestra presencia, oraciones y apoyo. Con los demás pastores de Tierra Santa denunciaba que, en Palestina, no existe convivencia pacífica, se agrava la violencia, crecen los asentamientos contrarios al derecho internacional y peligra la paz respetuosa entre religiones. Debemos hacer realidad el anhelo de orar y trabajar por la paz en Oriente medio (Turquía, Palestina, Israel, Líbano, Siria, Irak, Egipto, Yemen y Jordania) que lleve a una mayor solidaridad hecha de servicio a la paz y defensa de la dignidad de la persona y los derechos humanos.

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