La Pascua cristiana que culmina la Semana Santa para los cristianos, la inauguramos con la alegría de los niños que con sencillez aclaman a Jesús, el Rey de la Paz, con palmas y laureles. Y hoy domingo de Pasión, cuando celebramos que la Vida ha triunfado sobre la muerte, dejémonos atraer por la persona de Jesucristo, tan inmensa, tan grande, tan misteriosa. ¡Salgamos a recibirle!
De nuevo Jesucristo se acerca a cada uno de nosotros con lo más misterioso de su vida: su Pasión y su Muerte en la Cruz. ¿Por qué todo aquello? ¿Puede salir vida de donde no hay más que odio y muerte? ¿Sabremos captar el gran don de Amor de todo un Dios que se abaja por nosotros? Os animo a acoger la persona de Jesús crucificado y abandonado, modelo ejemplar de amor a los hermanos. “Su muerte en cruz abandonado es su altísima, divina y heroica lección de lo que es el amor… Nadie es más pobre que Él. Él, después de haber perdido a casi todos sus discípulos, después de haber entregado su Madre, dio también la vida por nosotros y tuvo la terrible sensación de que hasta el Padre lo abandonaba… Mirándole a Él, que se siente abandonado por Dios, es posible cualquier renuncia que nos reclame el amor a los hermanos” (Chiara Lubich).
Él se hace suyos nuestros sufrimientos y los llena de luz y sentido. Porque Jesús revela con su muerte que sufrir con amor es vencer, y que dar la vida por amor es reinar. Significa vivirla con autenticidad, sentido. Quizás estas verdades de la fe cristiana choquen con la mentalidad relativista y consumista que poco o mucho se nos va incrustando en el alma, y así Dios ya no es la realidad primera y fundamental de nuestra vida, y nos cuesta amar de verdad a las personas o hacemos poco por los demás, valorando más el tener y el figurar… ¿Seremos capaces de reaccionar? No podemos plegarnos a una vida de ir tirando, sin fe ni estímulos de crecimiento, sin tomar compromisos ni responsabilidades, eternamente distraídos por lo que se refiere a Dios y al prójimo.
Desde hoy Domingo de Ramos, pasando por el Jueves y el Viernes Santo, con el silencio del Sábado, la pedagogía litúrgica nos conduce a la Noche Santa de Pascua y al Día que no tendrá fin. Nadie fuera de Jesús amó tanto ni tan locamente, cargando sobre Él nuestros pecados, curando nuestras heridas y abriéndonos el camino de la esperanza y de la vida para siempre. Sólo viviendo así, como Él, seremos felices.
¿Estaremos soñando? ¿No será sino una alegoría? La Iglesia con el realismo de sus mártires nos sigue diciendo que no es así. Que Jesucristo vive, que está muy cerca de cada uno de nosotros, y que hace posible poder amar como Él, con su gracia. ¿Y si probáramos a recomenzar de nuevo? ¿Y si saliéramos a recibirlo en nuestra casa, cómo nos enseñan los niños? ¿Y si lo “viéramos” vivo también nosotros?