Con estas palabras, el Papa Francisco titula su Mensaje a todos los católicos para vivir el camino cuaresmal hacia la Pascua, afirmando que «cuando nuestro Dios se revela, comunica libertad». El pueblo de Dios conoce suficientemente la experiencia de la esclavitud, pero recibe en el desierto las 10 palabras, los 10 mandamientos, como camino de libertad. Es la concreción del amor con el que Dios educa a su pueblo. Cuando nos falta la esperanza y vagamos por la vida como en un erial desolado, sin una tierra prometida hacia la que encaminarnos juntos, necesitamos reencontrar que el desierto vuelve a ser -como anuncia el profeta Oseas- el lugar del primer amor (cf. Os 2,16-17). Dios educa a su pueblo, para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida.
Para que nuestra Cuaresma también sea concreta, el primer paso es querer ver la realidad. Dios se revela como un Dios que ve y sobre todo que escucha cuando le llega el grito de tantos hermanos oprimidos. Pero ¿nos llega también a nosotros? ¿nos sacude? ¿nos conmueve? No nos alejemos unos de otros, negando la fraternidad humana que nos une desde el origen.
El camino cuaresmal -sigue el Papa- será concreto si, al escuchar el clamor de tantos hermanos, nos interrogamos sobre si deseamos un mundo nuevo. Quienes trabajan por la paz y la justicia denuncian la falta de esperanza. Es un impedimento para soñar, un grito mudo que llega hasta el cielo y conmueve el corazón de Dios. Una humanidad que ha alcanzado el umbral de la fraternidad universal y niveles de desarrollo científico, técnico, cultural y jurídico, capaces de garantizar la dignidad de todos, de hecho anda en la oscuridad de las desigualdades y los conflictos. Sin embargo, Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma, tiempo fuerte en el que la Palabra de Dios se dirige a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te he sacado de la tierra de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Es tiempo de conversión, tiempo de libertad, dice el Papa. El desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no recaer en la esclavitud. Por Cuaresma, es necesario encontrar nuevos criterios de juicio y una comunidad con la que podamos emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido.
Esto implica una lucha, que el libro del Éxodo y las tentaciones de Jesús en el desierto nos narran claramente. Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse, como el samaritano, ante el hermano herido. Ante la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con una nueva intensidad. Éste es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que nos dirigimos cuando salimos de la esclavitud. La forma sinodal de la Iglesia, que en estos últimos años estamos redescubriendo y cultivando, sugiere que la Cuaresma sea también tiempo de decisiones comunitarias, de pequeñas y grandes decisiones, capaces de modificar la cotidianidad de las personas y la vida de un lugar. En ese momento histórico los desafíos son enormes. Estamos viviendo una tercera guerra mundial a pedazos. Pero no estamos en una agonía, sino en un parto. Que la fe y la caridad traigan de la mano la pequeña virtud de la esperanza. Ellas le enseñan a andar y, a su vez, es ella la que las arrastra hacia adelante (Charles Péguy).