Ordenaciones de dos monjes en la Abadía de Silos

El sábado de la Octava de Pascua, día 23 de abril, Mons. Joan-Enric Vives arzobispo de Urgell, ordenó un diácono y un presbítero de la Comunidad de monjes benedictinos de la Abadía de Santo Domingo de Silos (Burgos), los hermanos Ramón Lucini y José Antonio Martínez Calvo, por petición del Abad Dom Lorenzo Maté.

Dentro de la solemne Eucaristía pascual, presidida por el arzobispo y concelebrada por el abad del Monasterio Lorenzo Maté, el abad emérito de Montserrat Josep M. Soler, los presbíteros de la Comunidad de monjes y otros amigos sacerdotes, fueron llamados y elegidos los dos monjes y después de la homilía fueron ordenados, primero Fray José Antonio de diácono -con orígenes catalanes- y después Fray Ramón de presbítero. Después de ser interrogados ante el Pueblo de Dios, prometieron obediencia a su obispo diocesano y a su abad, y después fueron invocados todos los santos con las Letanías. Después recibieron la imposición de las manos del obispo y, el presbítero también recibió la de los otros presbíteros presentes, y después fueron proclamadas las solemnes oraciones de ordenación que los configuraban a Cristo Siervo y al Cristo sacerdote y pastor, esposo de la Iglesia. Recibieron el libro de los Evangelios, y el presbítero fue ungido en las manos y recibió la ofrenda del Pueblo santo, con el cáliz y la patena. Finalmente recibieron el beso de paz del obispo y de los diáconos y presbíteros presentes.

En su homilía, el Arzobispo hizo referencia al salmo 117 que habla de que «este es el día que hizo el Señor» y hay que alegrarse y celebrarlo, día de la acción maravillosa y fecunda de Dios, que nos llena de alegría. Invitó a vivir la alegría porque Dios es fiel a sus promesas, y regalaba a dos nuevos ministros a la Comunidad de monjes y a toda la Iglesia.

Animó a quienes recibían la ordenación a confiar en el Señor que los escogía y enviaba a ser “testimonios suyos y de la Resurrección a toda la creación”, más allá de su pobreza e indignidad. Todo es gracia y don. Ellos eran hechos don para los hermanos. Debían amar “en todo y servir”, haciendo que “nada se te anteponga a Cristo”, siendo buenos y humildes monjes, y “escuchando la voz de Dios”, como recomienda la Regla de San Benito, buscando de forma perseverante el rostro de Dios en el ministerio de la oración, en bien de todo el Pueblo y de toda la humanidad. Buscando el Único, el ideal de todo monje, en la oración sostenida y la adoración del Padre.

Comentó las palabras del ritual que se le dicen al diácono: “Recibe el Evangelio del que has sido hecho mensajero. Cree lo que lees, enseña lo que crees y practica lo que enseñas”. E igualmente con el presbítero cuando se le da el cáliz con la patena: “Recibe la ofrenda del Pueblo santo para presentarla a Dios. Piensa siempre lo que vas a hacer, reproduce en ti lo que vas a conmemorar, y conforma tu vida al misterio de la Cruz del Señor”.

Al día siguiente domingo de la Octava, el Arzobispo participó en la gozosa misa nueva del P. Ramón Lucini, que presidió por primera vez la misa conventual de la antigua Abadía de Santo Domingo de Silos, fundada en el siglo VII y restaurada el siglo X, con un famoso Claustro y sus bellísimas esculturas relieves, con los capiteles, del siglo XI, y que guarda el tesoro del sepulcro de Sto. Domingo y sus reliquias.

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