Queridos diocesanos,
querida Iglesia de Urgell,
Este domingo celebramos la V Jornada Mundial de los Abuelos y de los Ancianos con el lema ¡Feliz el que no ha perdido la esperanza! (cf. Sir 14, 2).
Es cierto que cada comunidad parroquial, cada asociación, cada grupo eclesial está llamado a convertirse en protagonista de la “revolución” de la gratitud y del cuidado, que se consigue visitando con frecuencia a las personas mayores. Esta jornada tiene precisamente ese objetivo: acercarnos a nuestros abuelos para amarlos y respetarlos.
Muy a menudo, en nuestros pueblos vemos cómo nos ayudamos mutuamente a la hora de cuidar a nuestros abuelos y abuelas, que tanto han dado a lo largo de su vida. Agradecemos a nuestros abuelos toda su sabiduría y experiencia de vida, que ponen al servicio de los más jóvenes. Creamos alianzas entre nietos y abuelos, entre jóvenes y ancianos. Necesitamos a los abuelos en nuestras familias, donde encuentran el calor y la comprensión de los hijos y de los nietos.
El papa León XIV nos anima a visitar a nuestros ancianos para encontrar a Jesús, a dar ese salto teológico: quien visita a uno de estos más pequeños, a mí me visita, dijo Jesús. Y así es: visitar a una persona mayor en su casa siempre es un gesto que contribuye a evitar la soledad no deseada y a hacer frente a esta plaga que invade nuestra sociedad occidental.
Este año podemos recibir la indulgencia jubilar todos aquellos que visiten a una persona mayor que vive sola. Amarlos, estar cerca de ellos, visitarlos son gestos que tienen un valor liberador y redentor, tanto para quienes los visitan como para quienes son visitados, afirma el papa Francisco. Visitar a una persona mayor es una manera de conocer a Jesús, que nos libera de la indiferencia y de la soledad.
El tejido familiar necesita tanto de los abuelos como de los jóvenes y, de este modo, poder conciliar el trabajo con la atención a los padres mayores y a los hijos, ya sean niños o adolescentes. Brindar esta oportunidad a las familias se traduce en una inversión hacia una cultura del cuidado en el ámbito de nuestra sociedad.
La Sagrada Escritura nos presenta a hombres y mujeres ancianos que tienen un proyecto de salvación para el pueblo: recordamos a Abraham y Sara, Zacarías y Elisabet, Nicodemo y el mismo Moisés, que tuvo que liberar al pueblo de Israel a la edad de ochenta años cumplidos. Todos estos ejemplos son testigos de esperanza. Los abuelos, en nuestra tierra, están llamados a ser motivo de esperanza y de alegría por una vida entregada. Vosotros, abuelos, nos mostráis que hay un proyecto de Dios en vuestra vida que va más allá del sentido utilitarista y pragmático de la existencia.
La fragilidad de nuestros abuelos necesita del vigor de nuestros jóvenes, y la falta de experiencia por parte de los jóvenes requiere del testimonio de los ancianos para construir un futuro sabio y virtuoso.
Con agradecimiento, queridos abuelos, recibid un afectuoso abrazo de Vuestro servidor,
✠ Josep-Lluís Serrano
Obispo de Urgell