Cerca de la fiesta de S. José, celebramos el Día del Seminario, y nos acercamos, un año más, al que se define como «el corazón de la Diócesis», el Seminario. Actualmente nuestro Seminario diocesano de la Seu d’Urgell está a caballo entre La Seu y Barcelona, donde se vinculan al Seminario Interdiocesano. En La Seu conviven en los fines de semana y realizan práctica pastoral, y todos estos meses de pandemia también estudien y se forman durante muchos más días que antes. Tiempo de gracia y de preparación, que se podría entender como un particular tiempo de Nazaret para los futuros sacerdotes. Un Nazaret -lugar de los largos años de vida escondida de Jesús-, que fue acompañado por José. Y un Nazaret en el que, viviendo en comunidad, rezan, estudian, maduran en la fe y en la caridad pastoral porque un día no lejano, el Señor -a través del ministerio de la Iglesia- los configure a Cristo, el buen Pastor, y los envíe a servir a sus hermanos. El lema de este año tiene que ver con el año de S. José convocado por el Papa Francisco: «Padre y Hermano como S. José». Así como el padre custodio de Jesús cuidó de él en su infancia, adolescencia y juventud, todo el tiempo de vida oculta en Nazaret, así ahora debe proteger a los seminaristas y los debe hacer custodios del misterio de la salvación.
En España tenemos 1.066 seminaristas mayores, con un total de 215 nuevos ingresos y fueron ordenados 126 nuevos sacerdotes el curso pasado. Nosotros en Urgell hemos tenido un nuevo seminarista desde febrero, y son cinco: Martín, Àlex, Jerrick, Carlos y David. Debemos seguir rezando por ellos y por las vocaciones al ministerio. Pero quisiera destacar esta generosa respuesta a Dios de 215 nuevos seminaristas, a pesar de la pandemia, el confinamiento, y todas las restricciones culturales y las persecuciones que queráis. Son un «milagro» de la gracia de Dios, más poderosa que nuestras debilidades y las actitudes hostiles. Quien escucha la llamada de Cristo y el clamor de los hermanos, ya no puede permanecer inactivo. Tiene que salir de sí mismo, darse y comenzar un seguimiento de Cristo que le llevará lejos, por caminos desconocidos, que harán su felicidad y la de todos los que servirá para amor.
El Seminario es realmente un presbiterio en gestación. La presencia discreta y atenta de S. José en la comunidad formativa, enseñándoles a ser «padres y hermanos» de todos los hombres y mujeres, alentará nuestros esfuerzos para ofrecer a la Iglesia y al mundo los pastores misioneros según el corazón de Dios, que tanto necesitamos.
Ciertamente sigue valiendo la pena ser sacerdote de Jesucristo, y la sociedad lo sigue necesitando en tantos campos que superan la dimensión puramente espiritual y religiosa. Oremos por los seminaristas, por sus formadores y profesores, por su proceso de maduración. Y ayudemos al Seminario con nuestras aportaciones y nuestro interés activo. A José y a María encomendemos nuestro Seminario y los futuros ministros de nuestra Iglesia, para que les ayuden a ser apóstoles ardientes con la caridad de Cristo. ¡Bendito sea S. José, testigo de la entrega de Dios en la tierra. Bendito sea el Padre Eterno que lo escogió, el Hijo de Dios que tanto lo amó y el Espíritu Santo que lo santificó. Que sea bendita la Virgen María a quien tan unido estuvo siempre!
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