Tener el coraje de querer cambiar

Al cerrar el año de la misericordia (2016), el Santo Padre Francisco recordó que la puerta de la misericordia de Dios quedaba siempre abierta y decía que «es tiempo de mirar hacia delante y de comprender cómo seguir viviendo con fidelidad, alegría y entusiasmo, la riqueza de la misericordia divina. Nuestras comunidades continuarán con vitalidad y dinamismo la obra de la nueva evangelización en la medida en que la ‘conversión pastoral’, que estamos llamados a vivir, se plasme cada día, gracias a la fuerza renovadora de la misericordia» (Carta apostólica Misericordia et misera, 5). Estamos en la Cuaresma y vamos haciendo un camino comunitario eclesial de conversión hacia la Pascua. El Evangelio nos dice que Jesús «sabía lo que hay dentro de cada hombre» (Jn 2,25), y quiere nuestra purificación porque somos templos de Dios. Debemos pedir la gracia de cambiar, de tener el coraje de querer cambiar y convertirnos, porque acogemos la misericordia de Dios y queremos corresponderle con una vida santa.

Es verdad que necesitamos la conversión pero parece que no estamos muy dispuestos a aceptar que realizamos acciones mal hechas, ni tampoco a intentar cambiarlas, y aún menos -¡parece como una locura!- creer que con nuestras acciones mal hechas ofendemos Dios. Cuando reconocemos que somos pecadores, que nos hemos alejado de Dios, y corremos hacia la misericordia del Padre, nos hacemos más libres y crecemos como personas y como hijos de Dios. Porque realmente hacemos cosas mal hechas y ofendemos a los demás; cooperamos al mal del mundo y, por encima de todo, ofendemos a Dios y somos unos grandes desagradecidos con el inmenso Amor que Él nos tiene. Bajo la guía del Espíritu, dejémonos interpelar, en esta Cuaresma, por la Palabra de Dios que nos quiere más responsables de nuestros actos y de nuestras omisiones culpables. La Iglesia nos propone que hagamos penitencia, por eso nos hace comenzar la Cuaresma dejando que nos impongan la ceniza sobre la cabeza, recordándonos: «¡Convertíos y creed en el Evangelio!» (Mc 1,15). ¿Nos atreveremos a hacerlo, confiados en la misericordia de Dios?

Un gran Padre de la Iglesia, S. Juan Crisóstomo, Patriarca de Constantinopla (347-407), propone cinco caminos de conversión muy eficaces:

  1. Primero, confesar propios pecados. Si uno no es lo suficientemente sincero con Dios y consigo mismo, y se disimula el alcance del mal que hay en él, éste no cambiará nunca, porque no deja que la luz entre en su interior.
  2. El perdón de las ofensas que hemos recibido. Si dominamos el orgullo y la ira, si olvidamos las faltas de quienes nos rodean, atraeremos la misericordia y el perdón del Padre sobre nuestra vida mal hecha.
  3. La oración ferviente y confiada, que brota de un corazón que ama a Dios y lo busca con perseverancia. Siempre deberíamos estar aprendiendo a orar.
  4. También tiene un poder muy grande la limosna, cuyo nombre más actual es solidaridad con los hermanos. Si compartes lo que tienes, si eres solidario con los que sufren, encontrarás el perdón y cambiará tu tiniebla en luz.
  5. Y finalmente el gran predicador propone un quinto camino, que es la humildad. Si somos humildes y nos hacemos pequeños y confiados ante Dios, atraeremos la misericordia del Padre, que nos llena con su gracia y nos hace llegar donde nosotros solos, con nuestras propias fuerzas, nunca habríamos podido llegar.

El Papa Francisco lo sintetiza profundamente: «Todo se revela en la misericordia; todo se resuelve en el amor misericordioso del Padre» (Misericordia te misera, 1).

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