Somos un pueblo que canta aleluya

El canto del aleluya atraviesa todo el tiempo pascual después del silencio cuaresmal, y sigue siempre vivo en las celebraciones cristianas. La noche de la Vigilia Pascual y durante toda la cincuentena, alabamos a Dios, sobre todo porque ha resucitado a Jesús de entre los muertos y le ha sentado a su derecha, en la gloria eterna. Lo alabamos por su Amor inmenso, por su misericordia que todo lo vence, ¡hasta la misma muerte! Ésta es la mayor maravilla: “La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular” (Sal 117,22). Cantar o proclamar “aleluya”, significa tener conciencia de que Jesucristo ha vencido el mal, que está Resucitado, y que nuestra fe es la victoria que vence al mundo.

En nuestras celebraciones litúrgicas hemos mantenido del judaísmo tres palabras muy usadas: amén, hosanna y aleluya. Aleluya (Halleluyah, del hebreo הַלְּלוּיָהּ), significa “¡Alabad a Dios!”, o también, “¡que Yahweh sea alabado!”, y es una exclamación bíblica de gozo, que el judaísmo y el cristianismo hemos adoptado para su uso litúrgico. En el Antiguo Testamento aparece en 21 ocasiones en el libro de los Salmos y 1 vez en Tobías 13,18. También la palabra «aleluya» la encontramos hasta en 4 ocasiones en el libro del Apocalipsis, en el contexto de la descripción que Juan hace de su visión sobre la liturgia celestial (cf. Ap 19,1-6).

Para la mayoría de los cristianos, ésta es la palabra más alegre que utilizamos para alabar al Creador y la utilizamos mucho en las celebraciones. Pascua se identifica con el Aleluya. San Agustín relaciona la liturgia con el tiempo celestial, diciendo que “quienes en la tierra dicen ‘Amén’ para aceptar a Dios plenamente, en el cielo dirán ‘Aleluya’ para aceptar a Dios y para cantar su gloria y su poder”. Podemos decir que los cristianos somos un pueblo que canta el Aleluya, que “canta y camina”, como propone S. Agustín. Él decía que cantar con “alegría” es expresar lo que uno lleva en el corazón y no se puede decir sólo con palabras: “Cantadle un cántico nuevo, cantadle con maestría” (cf. Sal 32,3). “Cantar a Dios con maestría consiste en esto: cantar con alegría. ¿Qué significa cantar con alegría? Comprender y no saber contar con palabras lo que canta el corazón. Aquellos que cantan durante la cosecha, o la vendimia, o durante cualquier trabajo intenso, advierten primero el placer provocado por las palabras del canto, pero enseguida, cuando la emoción crece, sienten que no pueden expresarla más con palabras, y entonces se entregan a la sola modulación de notas. Este canto le llamamos con ‘gozo’. El gozo es cierto cántico o sonido con el que se significa que el corazón ha dado a luz lo que no puede expresar o decir” (Sermón I,8).

Pascua nos recuerda que nuestra vocación es estar siempre alegres, servir con simplicidad de corazón, ser humildes y gozosos en todo… siempre dispuestos a encontrar la parte positiva, a amar, sin malas caras, o con una cara de funeral, como dice el Papa Francisco. Debemos redescubrir lo que significa que ya «hemos resucitado con Cristo» por el bautismo y que queremos buscar siempre «los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios» (Col 3,1).

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