Comienza el Adviento, con un nuevo ciclo de lecturas de la Sda. Escritura para los domingos (ciclo C), y entronizamos la Palabra de Dios con toda solemnidad, la Palabra que es Cristo, y que nos preside y exhorta en todas las celebraciones eucarísticas. Damos gracias a Dios porque ha querido crearnos, hablarnos, revelarnos su inmensa misericordia en Jesucristo, y nos ha salvado. El Evangelio de este domingo nos lo asegura y nos hace estar atentos: «Se acerca vuestra liberación… Estad despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre» (Lc 21,28.36).
El Papa Francisco hablando del Adviento nos ha dicho que en el Adviento estamos llamados a ensanchar el horizonte de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por la vida que se presenta cada día con sus novedades. Hay que «aprender a no ser dependientes de nuestras seguridades, de nuestros esquemas consolidados, porque el Señor viene, a la hora en que no imaginamos». El Señor nos invita a la sobriedad, y nos da a conocer su visita para que cambiemos, nos convirtamos y lo esperemos con alegría y disponibilidad de corazón. Él viene y todo lo renueva. ¿Y si fuera posible recomenzar? ¿rehacer los caminos equivocados y volver a nacer? ¿y si esto que nos parece imposible para los hombres, lo fuera para a Dios? ¡El Adviento es el tiempo de la esperanza! la frágil y pequeña virtud que renace cada mañana y nos mantiene vivos, alegres y en vela. Aquel que vino humilde y pobre en Belén, el Señor que volverá con gloria para juzgar a vivos y muertos y a inaugurar su Reino de gloria, este mismo Señor ahora quiere llegar a nuestro corazón, a nuestra vida, y liberarla. Y Él ¡todo lo puede! ¿Nos lo creemos?
Me gusta vivir y predicar el Adviento como este gran tiempo de la esperanza, el tiempo de recomenzar. No está ya todo dicho y hecho en nuestras vidas, por viejos que seamos ni por vicios que hayamos adquirido… No debemos dejarnos esclavizar por tener que ser como éramos o como los demás creen que somos… Podemos ser «liberados», con la ayuda del Señor. Podemos mejorar, cambiar, convertirnos, recomenzar… porque la Luz llega, y quien la recibe queda totalmente iluminado. Dejémosla penetrar en nosotros e irradiémosla a los que nos rodean. Empecemos a creer y a caminar en la dirección de lo que esperamos. Esto es la esperanza. Y sabemos que cada Eucaristía es su venida humilde y llena de la Vida y del Amor que todo lo transforman. Por eso cada Eucaristía nos regala el don de la esperanza; la hace crecer.
Preparando la Navidad, el profeta Isaías nos hace escuchar las profecías de lo que Dios puede hacer si le dejamos actuar y le acogemos con corazón de niños renacidos. S. Juan Bautista nos recuerda que hay que abrir rutas en medio de los desiertos de las existencias grises y perdidas que llevamos, para que Dios pueda llegar a todos, especialmente a los más empobrecidos. Y sobre todo la Virgen María, con su humilde esposo S. José, nos indican que sólo los limpios de corazón verán a Dios, y nos animan a dárselo todo, sin condiciones, a este Niño que viene de nuevo en Navidad.
Seamos personas de esperanza y sembramos la confianza en nuestro alrededor. En el mundo que nos toca vivir, esa es la gran aportación de los cristianos. Una esperanza llena de amor a Jesús. ¡Buen Adviento!
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