En agosto serán bastantes los que podrán hacer algunos días de vacaciones, con un ritmo diferente de vida. Felices serán los que habrán preparado estos días y los disfrutarán de forma sana y gozosa. Valoremos este tiempo de reposo o de cambio de actividades, y vivámoslo con sentido cristiano.
Es tiempo para el descanso, de cambio de actividad, de dormir más, variar de ritmos y encontrar tiempo para lo que nos gusta y que durante el año no podemos hacer, desde más dedicación a la familia, hasta viajar o practicar deporte o acercarnos a paisajes nuevos. También Jesús buscaba momentos de descanso y de conversación con los apóstoles.
Es tiempo para encontrarse a uno mismo, para pensar y reflexionar, tomar algunas decisiones que necesitábamos; tiempo para buscar el retiro y la quietud, como Jesús, que buscaba la soledad para orar al Padre largamente.
Es tiempo para dedicarse más a la familia y a las personas con las que convivimos todo el año, tiempo para conocerlas más a fondo, para reencontrar las raíces en los pueblos de nuestros orígenes; tiempo para aprender a compartir calmadamente, sin prisas, escuchando y comprobando que soy escuchado. Tiempo para agradecer el amor de la familia y la amistad de quienes nos aman. Tiempo para establecer nuevas amistades o recuperar las antiguas.
Es tiempo para reencontrar y experimentar la belleza de la creación, la naturaleza, las montañas, el sol, el mar, la playa, la acampada, las flores y los árboles, las caminatas, el contacto con los paisajes de la infancia. Y elevar la acción de gracias porque Dios ha hecho las cosas tan bellas y armoniosas.
Es tiempo para descubrir una buena lectura, música o película, un museo, un nuevo rincón de mi ciudad, un nuevo paisaje, un plato sencillo que me lleva a disfrutar de la vida, a saber quién soy y hacia dónde voy, a descubrirme como ser «espiritual», con interioridad y con anhelos muy grandes de vida plena y para siempre.
Es tiempo para dedicarse al servicio de los demás, con colonias, campamentos, cuidando a un enfermo o a un anciano, regalando tiempo e interés, acercándonos a personas y lugares que reclaman nuestra solidaridad, tiempo para compartir con los que nada tienen, ni harán nunca vacaciones, ni saben qué es la amistad y la alegría de ser amado.
Es tiempo para fortalecer la fe en Dios, la confianza en el Padre del cielo, que siempre cuida de nosotros y nos ama con su incansable e incondicional misericordia. Tiempo para orar, para leer el Evangelio y participar de la Eucaristía entre semana, vivida con gratuidad. Tiempo para la intercesión y la visita a un santuario o un lugar donde Dios nos ha hablado y se nos ha hecho encontradizo.
Las vacaciones no pueden ser un paréntesis evasivo de nuestra vida real, ni un vivir sin normas, ni un tiempo de desenfreno o de gasto lujoso, ni unos días de irresponsabilidad. Deben ser un tiempo que ayude nuestra coherencia personal cristiana, vivido con autenticidad y siempre con la referencia a Dios y al prójimo. ¡Felices vacaciones, si las tenéis!
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