Hoy (14 de octubre) se proclama santo en Roma al Papa Pablo VI, nacido en Concesio, Brescia, el 26.9.1897 y que murió en Castel Gandolfo, el 6.8.1978. Una canonización muy deseada y que da mucha alegría al Pueblo de Dios. Giovanni Battista Montini fue el Sucesor de Pedro durante quince años (1963-1978) y entre los elementos más decisivos de su pontificado destaca la continuación y clausura del Concilio Vaticano II, que había sido convocado por Juan XXIII. Inició su pontificado renunciando a la tiara que subastó para los pobres. Fue él quien nos dio los grandes libros de la reforma litúrgica que acertadamente llamamos de Pablo VI. Y también los grandes textos magisteriales del diálogo, el progreso de los pueblos y la solicitud por los pobres, el amor a la vida y a la familia según los designios de Dios y responsablemente, el anuncio gozoso del Evangelio, el celibato y el Credo renovado.
A la edad de 22 años, fue ordenado sacerdote y enviado a Roma a estudiar. Cuatro años después, se le llamó a la Secretaría de Estado, donde permaneció 30 años. En 1954, a la edad de 57 años, fue nombrado Arzobispo de Milán y poco después Cardenal. Allí fue conocido pronto como el «arzobispo de los pobres», por su amistad con los trabajadores de las fábricas a quienes visitaba. El 21 de junio de 1963, fue elegido Papa, y tomó el nombre de Pablo VI, comprometiéndose a continuar la obra renovadora de su predecesor. Protagonizó importantes cambios en la Iglesia: el abrazo célebre con el patriarca Atenágoras en 1964 y el mutuo levantamiento de excomuniones, y en 1975 el beso de los pies del metropolitano Melitón de Calcedonia. Los grandes viajes apostólicos y evangelizadores, con visitas a los 5 continentes: Tierra Santa (1964), Bombay (1964), Naciones Unidas (1965), Fátima (1967), Turquía (1967), Colombia (1968), Ginebra-Suiza (1969), Uganda (1969) y Asia Oriental, Oceanía y Australia (1970). Sus encíclicas: Ecclesiam Suam (1964), Mense Maio (1965), Mysterium Fidei (1965), Christi Matri (1966), Populorum Progressio (1967), Sacerdotalis Caelibatus (1967), y Humanae Vitae (1968). Y entre muchas Exhortaciones apostólicas, dos muy significativas: Gaudete in Domino (1975) sobre la alegría cristiana, y Evangelii Nuntiandi (1975) sobre la evangelización.
Reformó e internacionalizó la Curia, trabajó mucho por el ecumenismo, dio empuje al Sínodo de Obispos del que convocó 5 reuniones y en último término a la Iglesia de comunión y de servicio que el Vaticano II había reclamado. Hombre de finura y de inteligencia, de escucha humilde, de serenidad interior, de amor incondicional a Cristo y a la Iglesia. Él nos enseñó a amar y a sufrir por la Iglesia amada, y a servir a la humanidad, ya que sufrió mucho debido a las crisis de todo tipo en el postconcilio. De él dijo el Cardenal Eduardo Pironio, su confesor: «Su vida y su ministerio manifiestan un hombre de profunda oración, de particulares experiencias contemplativas, de especial penetración de las Escrituras y los misterios de la Fe. Un hombre contemplativo, siempre conducido por el Espíritu Santo (…) Sufrió mucho. Le tocaron tiempos difíciles; indudablemente, los más difíciles del siglo, si tenemos en cuenta los dolores del mundo y la problemática de la Iglesia. La aplicación del Concilio no fue fácil (no lo es todavía) (…) No faltaron voces (de derechas o de izquierdas) que lo culparan, en esta crisis de la Iglesia, o de exceso de audacia o de falta de coraje. Pareciera que el capitán de la barca tuviera siempre la culpa de la furia de las tormentas.» Su fiesta se celebra el 26 de septiembre. ¡Agradezcamos la vida y los ejemplos del gran Papa Pablo VI, y que él interceda por la unidad de la Iglesia y nos ayude en el camino de la evangelización!
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