Resucitemos con Cristo en la Pascua

¡Vivamos la Pascua de Resurrección, resucitemos con Cristo! Este día y toda la semana que le sigue, así como toda la cincuentena pascual hasta Pentecostés, deben significar el acontecimiento más decisivo para nuestra vida de gracia como cristianos. “Este es el día en que actuó el Señor. ¡Alegrémonos y celebrémoslo!” (Sal 117,24). Este día pascual ha cambiado la historia humana, ya que Cristo ha vencido el pecado y la muerte, y ha abierto una nueva vida para todos los que le sigan, la esperanza cierta de la eternidad. Le podemos prestar confianza cuando nos dice: “Yo soy la Resurrección y la Vida. Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que vive y cree en mí, ¡no morirá jamás!” (Jn 11,25-26).

Resucitemos con Cristo, portando las velas encendidas de su luz. Nuestro único Rey crucificado y resucitado se ha convertido en Luz para todos, consuelo para quienes todavía viven en tinieblas y luto. Esta noche santa de la gran Vigilia y toda la Pascua, Cristo nos ilumina, nos revela los secretos de su amor, vence nuestros miedos y tinieblas, y nos hace sal y luz del mundo para gloria del Padre.

Resucitemos con Cristo acogiendo la Palabra de Dios y dejando que resuene siempre como Palabra viva y eficaz, que nos recuerda la historia universal de salvación. Durante la Pascua la proclamamos con profusión, recordamos con agradecimiento las etapas decisivas de la presencia y el acompañamiento salvador de Dios, hasta proclamar la gran verdad: ¡que Cristo está vivo y que el amor ha vencido!

Resucitemos con Cristo renovando las promesas de nuestro bautismo. Hemos sido incorporados a Cristo, somos miembros de su Cuerpo. Por pura gracia, ya somos santos e irreprochables ante él por el amor. Hemos recibido el gran don de ser hijos de Dios, templos del Espíritu Santo y herederos con Cristo de la vida eterna.

Resucitemos con Cristo para comer el Pan Pascual de la Vida que Él regala a los bautizados, para que vivamos siempre en comunión con Él. Por la eucaristía, que es la Pascua habitual, llegamos a ser otro Cristo, y le hacemos presente en medio de las realidades de nuestro mundo. Nos perdona, nos diviniza y nos envía como testigos suyos.

Resucitemos con Cristo buscando las cosas de arriba, «donde está Cristo sentado a la diestra de Dios». Debemos llevar en adelante una vida nueva, sin concesiones al pecado ni a la mediocridad, llena de obras de amor, de sacrificios por amor, de servicio y compasión hacia todos los pobres y crucificados de la tierra. ”La caridad de Cristo nos urge” (2Co 5,14).

Resucitemos con Cristo y dejémonos enviar por Él, sinodalmente, a la misión, puesto que somos sus testigos, como los apóstoles y las mujeres. Somos Iglesia en salida para dar testimonio valiente, con hechos y palabras, de la redención que se ha realizado en Cristo y que transformará todo el mundo y todos los tiempos. Somos misioneros desde la Pascua. Todo nos es cercano, a todos amamos y a todos somos enviados, porque somos hijos de Dios y hermanos en Cristo.

¡Que tengáis todos Santa y Gozosa Pascua de Resurrección!

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