«Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la sensación de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga nunca. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo”. Así nos invita a comenzar el camino cuaresmal hacia la Pascua el Papa Francisco. Y nos aporta un lema para la Cuaresma 2018: «El mal se multiplicará tanto, que el amor de muchos se enfriará» (Mt 24,12). Y lo explica: el Evangelio de Mateo describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles, ya que ante los acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a muchos hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.»
Estos domingos que hoy iniciamos y durante cuarenta días, todos los cristianos estamos invitados a vivir el tiempo de «volver al Señor» con todo el corazón y con toda la vida. No hagamos caso de los falsos profetas que se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas. Seducciones y placeres momentáneos que se confunden con la felicidad, como pueden ser el dinero, el orgullo, la soledad… O remedios de los sufrimientos que sin embargo son completamente inútiles, como la droga, las relaciones de «usar y tirar», ganancias fáciles pero deshonestas. O una vida completamente virtual, que lleva al sin sentido. El demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), -dice el Papa- presenta el mal como bien y lo que es falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por lo tanto, está llamado a discernir y examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas.
En esta Cuaresma, el Papa nos pide que no se enfríe nuestro amor. «Lo que apaga la caridad ante todo es la avidez por el dinero, “raíz de todos los males» (1 Tm 6,10), a la que le sigue el rechazo de Dios y, por lo tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño que va a nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.
Sintamos la urgencia de amar con obras y de verdad. La Pascua debe ser una renovación total de nuestro amor. Contemplando el Misterio pascual de Jesucristo, su pasión salvadora, su muerte redentora -que es abrazo amoroso y lleno de misericordia para toda la humanidad- y su admirable resurrección, que nos abre a una vida nueva, sintamos la urgencia del amor. Si Dios nos ha amado locamente, hasta la Cruz, ¿cómo osaríamos negarle nada? Vivamos esta Cuaresma como un camino de fe y de amor, hacia la configuración pascual con Jesús. Tengamos los mismos sentimientos suyos, que «se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil 2,8). Y no dejemos de recurrir a lo que ha ayudado a tantas generaciones de cristianos antes que nosotros: la meditación de la Palabra de Dios, la oración con el Víacrucis, la contemplación de la Cruz del Señor, la penitencia y el ayuno que templa nuestros vicios y nuestro egoísmo, y sobre todo practicar la caridad y la limosna que nos abre al prójimo, a sus necesidades y aporta realismo a nuestra conversión. Sobre todo, como nos pide el Papa Francisco, «¡que no se enfríe el amor!».
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