Por una normalidad justa que no deje atrás a nadie

En la reunión mantenida en junio por parte de las presidencias del Consejo de Conferencias Episcopales de toda Europa (CCEE) y la Comisión de las Conferencias de Obispos de la Unión Europea (COMECE), estos dos organismos eclesiales europeos, reflexionaron sobre el impacto de la pandemia Covid-19 en la vida diaria de la Iglesia y en las sociedades europeas, así como sobre la contribución de la Iglesia por «Una normalidad justa que no deje atrás a nadie» y que realmente ponga las personas en el centro de todo.

En su Comunicado final afirmaban que habían debatido sobre la misión y la situación de la Iglesia en Europa, junto con las perspectivas de futuro en el contexto crítico vinculado a la pandemia que nos toca sufrir. Reflexionando sobre las posibilidades de cooperación en este contexto, analizaron sus efectos sobre nuestras comunidades civiles y eclesiales, identificando las perspectivas de futuro de la vida de la Iglesia en Europa. Destacan algunas.

La Iglesia quiere estar muy cercana a todos los que luchan contra la pandemia -las víctimas, sus familias y todos los trabajadores sanitarios, los voluntarios y los fieles que han estado y están en la primera línea, teniendo cuidado de los afectados y aportándoles socorros- y manifiesta su preocupación por la crisis económica y la consiguiente pérdida de un gran número de puestos de trabajo, con la esperanza de que, en Europa, se trabaje conjuntamente por una normalidad que favorezca el conjunto de la sociedad sin excluidos ni descartados. Esto que se pedía para Europa hay que aplicarlo también en España y en Cataluña y en Andorra.

En todo este tiempo de crisis sanitaria, estamos experimentando los grandes límites del individualismo, al tiempo que nos hemos dado cuenta nuevamente del papel central que ha tenido y tiene la familia, verdadera célula de solidaridad y de compartir, pero también lugar para orar unidos. Sólo si se invierte en la familia daremos el primer paso hacia una justa recuperación social y económica, pero también eclesial.

Ahora que ya tenemos mayor perspectiva, debemos agradecer la donación de tantos sacerdotes en el servicio crucial y generoso realizado en este periodo, algunos incluso dando la propia vida. Igualmente el buen papel que en general han jugado los medios de comunicación social para la oración y las celebraciones en streaming, lo que nos hace preguntar sobre las nuevas formas de práctica religiosa, de relaciones, de presencia y de intercambio de la fe. Es un fenómeno que nos invita a evaluar la posibilidad de dar un nuevo significado a la fe y a la Iglesia; y también a trabajar para hacer que muchos fieles redescubran el elemento de plena sacramentalidad de las celebraciones religiosas vividas presencialmente dentro de los lugares de culto, que el uso de las nuevas tecnologías no puede asegurar. Nos ayudan los nuevos medios telemáticos, es evidente, y los tenemos que potenciar, pero nada suplirá la vida de familia, de parroquia, de encuentro y celebración gozosa cuando nos podemos unir en un solo corazón y una sola alma. También estos organismos europeos se manifestaban preocupados por la fuerte limitación impuesta en algunos lugares a la libertad religiosa en el contexto del cierre de los lugares de culto y la prohibición de las liturgias, y reclamaban para el presente y para el futuro el restablecimiento de las relaciones normales Iglesia-Estado basadas en el diálogo y el respeto de los derechos fundamentales.

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