Estas dos preguntas seguidas que Jesús le hace a María Magdalena, la apóstola de los apóstoles, en el primer encuentro en persona del Resucitado con su fiel discípula (Jn 20,11-18) nos ayuda en este domingo a reflexionar con fe sobre la alegría pascual vivida en estos momentos de pandemia.
Jesús sigue preguntándonos «¿por qué lloráis?». Y con la confianza de los «amigos», más aún, con la sinceridad de los «hermanos», hoy le confiamos la situación mundial que nos hace llorar. Tantas personas que mueren por la infección de este coronavirus, los enfermos que sufren aislamiento forzoso y duro, sólos en las habitaciones o en los hospitales, sobre todo los que tienen dificultades para respirar y deben estar días y días sedados o atados a un respirador artificial. Quienes están solos en pisos pequeños, amontonados, o en familia, pero enclaustrados. Y los que ni tienen casa, porque malviven por las calles. Y tantas personas angustiadas, así como los que ven peligrar su trabajo o ya les han anunciado el despido. Lloramos por los médicos y enfermeros que tienen horarios interminables y enferman, con el fin de llegar a todos. Los que no tendrán cuidados médicos. Los países pobres que no podrán superar las consecuencias devastadoras de la pandemia, y tantos otros. Lloramos y le pedimos a Jesús Resucitado que tenga piedad de nuestro mundo; que sostenga los esfuerzos de las autoridades, de los científicos, de los hombres y mujeres de buena voluntad que están repartiendo solidaridad a manos llenas…
Y las preguntas incisivas de Jesús, continúan: «¿a quién buscáis?». María buscaba a su Maestro y Señor, buscaba el consuelo y la fe. Sólo escuchar su nombre, se sintió transportada «¡María!», Y respondió «¡Maestro!». Le fue concedida una fe de apóstol, una gracia especial para «ir a encontrar a sus hermanos» y desvelar la fe de los mismos apóstoles. También hoy estamos llamados a anunciar la fe. Ni que de momento estemos confinados en casa. Somos Iglesia en salida, para dar a conocer la salvación de Jesús. ¿Bastará una respuesta científica y económica a la crisis sanitaria? ¿Queréis decir que muchos no reflexionarán y descubrirán a través de esta crisis mundial que somos débiles, que tenemos que salir de nosotros mismos y buscar la Verdad y el Amor auténticos? De la resurrección de Jesucristo debe nacer el testimonio de los cristianos, humilde pero auténtico de nuestra fe, de la experiencia de vida que tenemos por la amistad con Jesús. Y debe emerger el compromiso de amar más y mejor, sin desfallecer ni esperar falsos consuelos, con un amor que «todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, porque el amor no pasa nunca» (1C 13,7-8). Estamos llamados a ser discípulos valientes de nuestra fe y a vivir comprometidos en vencer el mal con el bien, a llenar las cruces (también de las pandemias) con el amor.
Pascua es acción de gracias a Jesús por que no rehuyó morir en la cruz, perdonar a los enemigos, acoger al buen ladrón, regalarnos una Madre excepcional y dar su preciosa vida en rescate por todos. Demos gracias a la Iglesia que año tras año va proclamando la gran verdad de la resurrección del Señor y de nuestra resurrección con Él. Y demos gracias por todas las manifestaciones de bondad, de forma muy especial en estas semanas de confinamiento, que comprobamos en las personas que aman y ayudan sin esperar nada a cambio, gratuitamente. «Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20,29).
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