El inicio de un nuevo año es siempre ocasión para orar y alimentar la esperanza de que la humanidad pueda abrir nuevos caminos a la paz, renovando nuestro compromiso personal y comunitario para contribuir a hacerlo posible. Así lo propone la Iglesia con la Jornada Mundial de la Paz del primer día del año y el Mensaje anual del Papa. Sabemos que «la paz es fruto de la justicia» (Is 32,17), entendida en sentido amplio, y reclama que se respete la dignidad y los derechos de cada persona. Como decía el Papa S. Pablo VI, para construir una sociedad pacífica y conseguir el desarrollo de los individuos y naciones, es esencial la defensa y promoción de los derechos humanos.
Hace un mes, el 10 de diciembre, se cumplieron 75 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) por parte de la Asamblea General de Naciones Unidas. S. Juan Pablo II calificó esta declaración como una «piedra miliar en el camino del progreso moral de la humanidad y una de las más altas expresiones de la conciencia humana». Después de esa Declaración se han hecho grandes avances en la protección de los derechos humanos, con la aprobación de múltiples convenios internacionales y organismos protectores. Según el Concilio Vaticano II, este movimiento es “uno de los esfuerzos más relevantes por responder eficazmente a las exigencias de la dignidad humana” (Dignitatis Humanae, 1965).
Sin embargo, hoy en día muchas personas ven pisados sus derechos humanos más elementales y parece que hemos retrocedido en cuanto a su respeto y protección. Nos topamos con las guerras y la violencia, las múltiples agresiones a la vida, el hambre y la falta de acceso a servicios básicos, las crecientes desigualdades, las dificultades para acceder a un trabajo decente y a una vivienda digna, el tráfico de personas y el maltrato de los emigrantes, la violencia y discriminación contra la mujer, las persecuciones por motivos religiosos, el autoritarismo y la arbitrariedad, los daños medioambientales que castigan gravemente las condiciones de vida de millones de seres humanos… realidades todas ellas muy preocupantes y que a veces podrían desanimarnos.
Ante todo esto, la Iglesia, actor internacional destacado en la defensa y promoción de los derechos humanos, no se cansa de trabajar para que sean respetados y promovidos, y son la base de su labor diplomática. Debemos sentirnos llamados a promover una cultura basada en la conciencia y la experiencia de interdependencia, fraternidad y amistad social entre todos los seres humanos y los pueblos del mundo. Ayudemos a descubrir que la raíz de los derechos humanos, no son ni el Estado, ni las leyes cambiantes, ni el mero resultado de acuerdos políticos, sino la dignidad inalienable e incomparable de cada persona, única e irrepetible, creada por Dios y llamada a la relación filial con Él. Esto hace los derechos humanos verdaderamente universales, irrenunciables e inviolables, y garantiza realmente su respeto.
En este mismo sentido, el Papa Francisco, citando a S. Juan Pablo II, afirma que «si no existe una verdad trascendente, con cuya obediencia el hombre conquista su identidad, tampoco existe ningún principio seguro que garantice las relaciones justas entre los hombres». Durante todo este año que acabamos de estrenar, ¡trabajemos por la paz y el respeto de los derechos humanos!