Pascua es el Amor

Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15,9-12). Estas palabras de Jesús en la cena de despedida de sus discípulos, cuando les entregaba la eucaristía, les lavaba los pies, oraba largamente por la unidad y les daba «el mandamiento nuevo» del amor, que es amar «como Él», nos hace ver cuán grande es y cuán profundo el amor del Señor que se da del todo en la Cruz, y que, con su Resurrección, inaugura una vida nueva, hecha de amor puro y total; de amor eterno: «¡porque es eterna su misericordia!» (Sal 117,1). Podemos estar seguros de que, sólo desde el amor, entraremos en el dinamismo de la Pascua, y sólo desde la mirada del discípulo amado comprenderemos que la pasión, la cruz y la resurrección de Cristo es el triunfo definitivo del amor. El amor existe y ya no muere jamás…

Seguro que desde la perspectiva de Jesús, la Pascua es el amor del Padre por su Hijo Jesús, que no lo abandona a la muerte, sino que lo ama, está feliz de su Hijo, que le ha obedecido haciendo su voluntad por encima de todo. «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco» (Lc 3,22), decía la voz del cielo. Ha comenzado un dinamismo nuevo de amor, de entrega y de servicio. Por eso las imágenes de la Pascua son el lavatorio de los pies, el pan repartido, la cruz alzada que todo lo atrae, y el sepulcro vacío que nos remite a una nueva presencia del Resucitado, que se aparece y se reconoce a través del amor. «Simón, ¿me amas? ¡Apacienta mis ovejas! … ¡Sígueme!» (Jn 21,16.19).

Y desde la perspectiva de los discípulos, la Pascua es el amor de Cristo que los viene a buscar, se les aparece, los libera del miedo y los empuja a seguirle. Un amor que los llena del Espíritu Santo, para hacerles apóstoles suyos, a pesar de las negaciones y las deserciones. Un amor que los purifica y los hace testigos por toda la tierra, en todas las periferias de la vida humana y de cualquier frontera.

Aún está reciente la firma del Papa Francisco de su encíclica, «sobre la fraternidad y la amistad social», que comienza con la expresión que S. Francisco de Asís utilizaba para dirigirse a todos, «Fratelli tutti, hermanos todos», y para invitarles a amarse unos a otros, más allá del marco geográfico, cultural y hasta religioso propio. El Papa nos invita a repensar la dimensión universal de la doctrina evangélica sobre el amor fraterno, a reflexionar sobre un nuevo sueño de fraternidad, como una única humanidad, a hermanarse, a abajarse por el bien del hermano, profundizando en la parábola del Buen Samaritano (Lc 10,25-37).

La Pascua es el tiempo para descubrir el fundamento radical del amor, que no puede ser otro que el Misterio pascual, la cruz y la resurrección del Señor. Del costado de Cristo crucificado, ha nacido la nueva humanidad, y esto reclama no dividirse en facciones o grupos de poder y cultivar el cuidado del hermano. Tenemos que reencontrar la amistad social en las relaciones humanas. Desde Jesús, propongámonos vivir el «milagro de la bondad» que todo lo transforma.

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