«He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu Palabra». Fue este el lema de la Jornada Mundial de la Juventud 2019 (JMJ) #Panamà2019, convocada por el Papa Francisco y celebrada en Panamá el pasado mes de enero. Unos 600.000 jóvenes venidos sobre todo de Panamá y de América Central, pero también de América del Sur y de todo el mundo llenaron durante una semana las calles de alegría y de esperanza. La Virgen María, con su disponibilidad a Dios y su servicio a todos los hombres, con su «sí» que hizo posible la Encarnación de Jesucristo, fue el centro de la JMJ. Por eso las catequesis preparatorias y sobre todo las del Papa Francisco se refirieron a nuestra Madre celestial en muchos momentos. Yo prediqué dos en un ambiente de escucha fantástico sobre estos dos aspectos del sí a Dios de María y del compromiso de servicio, que debe producir la JMJ.
Ha sido una verdadera gracia poder participar en nombre de la Comisión episcopal que vela por la pastoral vocacional, y comprobar cómo anima a la juventud el hacer experiencia de encuentro, de compartir, de solidaridad y de amistad entre aquellos que viven una misma fe, o que buscan encontrar respuestas a sus interrogantes generacionales más decisivos. Y de paso, los adultos, los obispos, sacerdotes y consagrados, retomamos ánimos y alegría por el Reino de Dios que ya está en medio de nosotros. Al volver a casa, la acción de gracias es lo que más procede, sin olvidar los días de comunión con el Papa y con los demás jóvenes de todo el mundo, y las familias y parroquias que tan generosamente nos abrieron sus brazos y sus hogares. La música y la alegría caribeñas han calado en nosotros. Las dificultades para preparar el viaje, el calor, las penalidades que muchos tenían que sufrir, no contaban. Estábamos allí viviendo una experiencia eclesial muy única, de comunión con Cristo, a través del encuentro con el sucesor de Pedro, y de comunión con la Iglesia concreta que hace camino en Centroamérica, mostrando que somos una Iglesia joven y que está viva. Hemos encontrado unas comunidades cristianas generosas y valientes, comprometidas con los indígenas, los pobres, y al servicio del cambio de condiciones para los jóvenes y las personas que necesitan una ayuda. Una Iglesia fiel testimonio de Jesús desde hace tantos siglos. Era muy presente la ejemplaridad de S. Óscar Romero de El Salvador y el anhelo de cambio de las situaciones de explotación. El Papa nos animó a confesar la fe, a fiarnos de Dios como María, a superar el cansancio que paraliza la esperanza, a rebelarnos contra la explotación, la criminalidad y los abusos que devoran la vida de los jóvenes, a animar a tener coraje y confianza para repetir el «sí» de María. Y nos preguntaba a jóvenes y mayores: «¿Qué haces tú para generar futuro, ganas de futuro en los jóvenes de hoy?» Indicándonos que «el mundo será mejor cuando sean más las personas que estén dispuestas y se animen a gestar el mañana y a creer en la fuerza transformadora del amor de Dios. Es necesario que Jesús nos ayude a estar vivos y despiertos». «¡Los jóvenes no son el futuro de Dios, sino que ya son el ahora de Dios!». Y citando al P. Pedro Arrupe pedía a los jóvenes: «Sentid que tenéis una misión y enamoraos, que eso lo decidirá todo… Sentid la pasión del amor. Jesús es amor de entrega que invita a entregarse».
Traigo un convencimiento de Panamá: Si queremos incorporar a los jóvenes en nuestras comunidades, es toda la Iglesia la que se debe poner de su parte, conocer, amar, comprender, y ayudar la realidad de los jóvenes. Ellos lo esperan y necesitan. ¿Sabremos serles cercanos?
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