La Navidad ya cercana es más que una fiesta familiar. Es un misterio profundo que recuerda la Encarnación de Cristo, un acontecimiento que transforma el mundo. En la humilde noche de Belén, el Hijo de Dios se hizo hombre, asumiendo nuestra naturaleza, para llevarnos la luz del amor divino. Es una llamada constante a vivir un amor que traspasa las fronteras del egoísmo y que encuentra en los pobres y necesitados el rostro del mismo Cristo. Él se ha hecho uno con la humanidad, ya que “el misterio del hombre sólo se aclara en el misterio del Verbo encarnado. Jesucristo manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todos los hombres. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con un corazón de hombre. Nacido de la Virgen María se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado” (GS 22). Cuando contemplamos el pesebre, vemos a un Dios que se hace niño, despojado de toda majestad para acercarse a la humanidad desde la sencillez. Cristo quiso compartir la fragilidad de la condición humana. Navidad nos enseña que la grandeza de Dios se manifiesta en la humildad y nos invita a buscarle en los lugares donde a menudo no pensamos encontrarle: en los marginados, los excluidos y aquellos que sufren.
La Encarnación nos revela una verdad esencial: Dios es Amor, y ese amor nos llama a reflejarlo en nuestras vidas. Navidad no sólo es un tiempo para regalar cosas materiales, sino para abrir el corazón a los demás, especialmente a los más vulnerables. Los pobres y necesidades no son sólo objetos de caridad, sino sujetos de dignidad. En ellos, Cristo mismo se hace presente. Navidad nos pide un compromiso concreto con la justicia y la solidaridad.
Estamos llamados, urgidos, a un amor que transforme. El amor navideño no puede quedarse en gestos pasajeros o rituales sin alma. Es un amor que brota del misterio de la Encarnación y nos transforma interiormente. Nos impulsa a trabajar por una sociedad más justa, donde nadie se vea abandonado o excluido. Las obras de misericordia son expresiones concretas de ese amor encarnado.
La Navidad nos invita a hacer del amor a los pobres una actitud y un compromiso permanente. Debe ser una forma de vivir, con los ojos abiertos para ver las necesidades de nuestro entorno y responder con generosidad. Dewbemos amar con un corazón abierto y humilde, a imagen de Cristo, que decía “quien quiera ser importante en medio de vosotros, que se haga vuestro servidor, y quien quiera ser el primero, que se haga el esclavo de todos; como el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10,43-45). El misterio de la Encarnación de Cristo nos desafía a vivir una Navidad auténtica, que no se reduzca a celebraciones externas, sino que refleje el amor de Dios a través del servicio a los demás. Es en ese amor concreto, especialmente hacia los pobres y necesidades, que la Navidad se hace realidad en nuestras vidas. Como María y José que acogieron al Salvador con humildad y fe, también nosotros estamos llamados a llevar el amor de Cristo al mundo, haciendo de la Navidad una experiencia viva de la caridad divina.