Misa por los Fieles Difuntos en la Catedral de Urgell

El 2 de noviembre, conmemoración de los Fieles Difuntos, el Arzobispo Joan-Enric presidió a las ocho de la tarde en la Catedral de Santa María de Urgell la Eucaristía exequial por los difuntos de la Seu d’Urgell y de toda la Diócesis, con la asistencia de un buen número de feligreses de La Seu, encabezados por el Alcalde de la ciudad, Joan Barrera. Concelebraron el Vicario general y Rector de la Parroquia de San Odón, Mn. Ignasi Navarri; el Vicario general Mn. Josep M. Mauri, y Mn. David Codina. Solemnizó la celebración el Coro de Cámara Caterva con la interpretación de la “Misa de Difuntos” de Joan Brudieu.

En la homilía, Mons. Vives recordó que todo el mes de noviembre lo dedicamos especialmente a la memoria de todos los fieles difuntos y a rezar por ellos, “por nuestros queridos familiares, amigos y benefactores, y de forma especial oramos con espíritu de caridad por todos aquellos que nadie recuerda más, pero que Dios nunca olvida, porque son hijos suyos”.

Pedimos para que los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, de la Virgen María y de todos los santos, les sean perdón y misericordia, y que Dios los tenga en su gloria, de vida eterna. Tal y como dice el Papa Francisco: “La oración por los difuntos, sostenida por la esperanza que nos ha dado Cristo resucitado, no es una celebración del culto a la muerte, sino un acto de caridad hacia los hermanos y una asunción de las cargas de los demás”.

Glosando las lecturas proclamadas, el Arzobispo destacó que el amor que nos hemos tenido en esta vida no se marchita sino que se transforma y se hace aún mayor, eterno… De tal modo que vivir es también vivir con los muertos que nos han precedido, y que no han dejado de existir sino que han pasado a una nueva existencia «en el Señor», con una vida eterna, ilimitada, sobreabundante.

«Todos seremos transformados», dice san Pablo (1Co 15,51). Ciertamente no tenemos evidencias de esta transformación. Y cuando vamos a los cementerios, todo es silencio… Pero es que Dios quiere nuestra fe, y por eso se esconde en su silencio, para que podamos demostrarle el amor, con nuestra fe.

“Oremos a este Dios silencioso, y a los silenciosos difuntos; que nuestro amor y nuestra fidelidad a Él, ya ellos, sea testimonio de nuestra fe en el Dios de la Vida. Que nuestra alma no olvide a los difuntos. ¡Ellos están vivos! Viven la misma vida de Dios, ya sin velos ni claroscuros de fe, plenitud de amor, que nunca pasará”, añadió Mons. Vives.

Y recordó asimismo que el Papa Francisco nos recomienda que “recordemos que la comunión de la Iglesia incluye no sólo a nuestros hermanos y hermanas en este mundo, sino también a nuestros seres queridos ya difuntos. Caminando en el Espíritu, hacemos la obra de misericordia espiritual de orar por ellos para que lleguen pronto a la meta de la visión eterna de Dios. La tradición de la Iglesia siempre ha exhortado a orar por los difuntos, en particular ofreciendo por ellos el sacrificio eucarístico: es la mejor ayuda espiritual que podemos dar a sus almas, especialmente a las más abandonadas”.

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