Debía de haber sido un buen cantante, porque tenía muy buen oficio, y en medio de aquellas paredes uno nunca hubiera imaginado que el Avemaria sonara tan auténtica, tan vibrante, tan pascual… Un preso de la cárcel romana de Regina Coeli obsequiaba a la Virgen María, en la misa, con el canto más auténtico que yo haya oído jamás. Cómo nos asombraba a todos los asistentes en aquella misa en la cárcel, cómo resonaba dentro del alma, cuánto amor que ponía aquel hombre, cuánta fe sencilla… Como un lamento, como una queja por la situación de tantos encarcelados. Y María, Madre de Misericordia, siempre amorosa, acogía gozosa aquella oración y la hacía eficaz. Era el ofertorio de la misa de clausura de un Seminario tenido en Roma sobre pastoral penitenciaria de todo el mundo, donde participé hace ya unos años, y estábamos celebrando la eucaristía pascual en la misma sala de la cárcel que había acogido el encuentro del Papa Juan XXIII con sus queridos hijos encarcelados, él siempre tan lleno de la caridad del Buen Pastor.
La eucaristía ese día se manifestaba allí, dentro de la cárcel, como el gran testamento de Cristo Salvador que nos quiere a todos hermanos, que suprime las diferencias y nos hace gustar lo que será definitivamente el banquete del Reino de Dios. Cuando ya no habrá diferencias y todo habrá sido perdonado y redimido. Dentro de la cárcel están hermanos cristianos, otros no cristianos, muchos indiferentes pero todos son hermanos nuestros. Seguro que hay muchos pecadores, pero todos somos pecadores. Y de la Eucaristía nace el perdón, la fraternidad, y una fuerza que derriba los muros de las separaciones humanas y nos hace ir a lo esencial, que es el amor de Dios revelado y entregado en Cristo crucificado y resucitado. ¡Qué fuerza de transformación y liberación que tiene toda Eucaristía! Nunca deberíamos celebrarla indiferentes, ni dejarnos insensibles a los que sufren, o iguales a como hemos llegado. Su potencia transformadora viene del Espíritu Santo que se nos comunica. ¡Pascua todo lo cambia y resucita!
La Eucaristía que vamos celebrando durante estos cincuenta días de Pascua, debe ser siempre un canto de alegría vibrante, como aquella Avemaría; un grito, una oración viva, que nos una a Cristo y que lo transforme todo. Porque la luz de la Pascua llega a todos los rincones de la existencia, y es como un clamor de dignidad para todo ser humano. No hay prisión que pueda encarcelar la Vida que Cristo nos ha merecido. Y de esta Vida nace el trabajo por la dignidad de toda persona humana, desde su concepción en el seno de la madre hasta su muerte natural.
Los horrores de muchas prisiones del mundo, sin los más mínimos servicios, o que no ayudan a vivir el espíritu de perdón y de restauración que siempre debe tener la justicia, se disipaban aquella tarde en Roma. La Eucaristía nos situaba donde de verdad estamos: todos unidos alrededor del altar, y sin unos más dignos que otros. Todos somos indignos de recibir al Señor y de ser tan amados. En cada eucaristía recordémonos de quienes sufren, de quienes esperan liberación y dignidad reconocida, de los pobres, de quienes necesitan nuestra solidaridad. Sólo podemos celebrar de verdad la Eucaristía, si estamos dispuestos a trabajar por la fraternidad entre todos, si nos comprometemos a servir como Jesucristo y a cambiar toda injusticia con la fuerza del amor.