Estamos iniciando un nuevo año que también debe significar renovación y esperanza para la acción pastoral y un nuevo impulso para la hermosa misión de comunicar a los hermanos la alegría de la Buena Nueva (evangelii gaudium, dice el Papa) que es Jesucristo. Él, con su Bautismo que hoy conmemoramos, inició su misión pública y bendijo todas las aguas para que pudieran regalar a la humanidad el gran don de ser hijos e hijas de Dios, cuando por el bautismo, se unieran a Cristo mismo, y recibieran su misma misión, de dar vida y vida abundante (cf. Jn 10,10).
Vivimos un nuevo momento histórico lleno de retos, ciertamente, pero también de esperanzas. No todo está claro y seguro, y las dificultades nos pueden abrumar y desanimar. Pero también es cierto que si no nos quedamos en la superficie de las opiniones y los comportamientos, descubriremos el deseo ardiente de espiritualidad de nuestros contemporáneos y sabremos descubrir los brotes de amor que anidan en los corazones humanos. Tras muchas posturas de indiferencia, hay mucha sed de verdad y de belleza, de autenticidad de vida. Hay deseos de amar y de ser amado. Yo creo que hay sed de Dios, aunque muchos no lo sepan ver o interpretar así. El corazón de las personas sigue estando inquieto hasta que no pueda encontrar y descansar con confianza en el Salvador que lo ha modelado.
Cada cristiano y la comunidad eclesial estamos llamados a ser portadores del agua viva que es Jesucristo, y que el mundo espera y necesita. Como la fuente que mana para todos en el centro de la plaza de nuestros pueblos, tal como deseaba san Juan XXIII. No nos podemos quedar inactivos, ociosos, perplejos, añorando tiempos pasados y métodos evangelizadores válidos en el pasado… mientras tantos y tantos esperan que alguien les muestre Cristo y les acompañe por el camino de su seguimiento. Muchos procesos de fe, en particular de jóvenes y adultos, maduran en esta nueva búsqueda. ¿Quién tendrá suficiente confianza en el Señor y querrá salir de nuevo a sembrar la buena semilla de su Evangelio? ¿Quién lo hará al lado y con los jóvenes, tal como nos urge el Sínodo que celebraremos en octubre?
No podemos defraudar a los que buscan la verdad. Necesitaremos romper tantos miedos y rutinas, muchas prácticas de transmisión de la fe que han quedado prisioneras de métodos y éxitos antiguos, cuando vivíamos tiempos de cristiandad, y también otras para tiempos de dimisión acomplejada de la tarea misionera de cada cristiano. Deberemos pasar de una religión privada, sólo válida para mí y los míos, al convencimiento de que hemos encontrado la Verdad y que a todos les interesa y conviene. Nos hará falta aprender a dar respuestas válidas a las grandes preguntas que muchos se hacen, y a sacudir las conciencias adormecidas de los que ya ni se quieren hacer preguntas. Necesitamos tomar compromisos de servicio, de transformación de la realidad, de amor activo y generoso, de participación en la vida social y política del país. Y debemos mostrar de nuevo que la fe no nos paraliza y aliena, al contrario, nos da fuerzas la esperanza y la caridad, la solidaridad y la auténtica y más radical transformación del mundo. Jesucristo continúa enviándonos como testigos suyos, para que hagamos llegar de nuevo la propuesta de la fe a todos los que nos rodean. No nos avergoncemos de ser cristianos, sino interpelemos a quienes podamos con nuestro testimonio máximamente coherente, y dispongámonos con alegría a dar razón de nuestra esperanza (cf. 1Pe 3,15).
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