La inauguración ayer y hoy de la Catedral de Notre Dame de París es un evento muy significativo tanto para la Iglesia Católica como para Francia y toda la cultura europea. Construida entre los siglos XII y XIV, esta catedral gótica se erigió como un símbolo de la fe cristiana y como expresión del culto católico y la misión de la Iglesia en ese momento. Además de ser un lugar de alabanza a Dios, Notre Dame ha sido un espacio de grandes acontecimientos históricos, como coronaciones, ceremonias de figuras nacionales y, más recientemente, conmemoraciones que han unido a la población francesa y mundial. Su arquitectura gótica, con las famosas vidrieras, los rosetones y los arcos apuntados, las gárgolas y las esculturas, con las reliquias allí veneradas, marcó un hito en el desarrollo del arte y la arquitectura medieval, inspirando otras construcciones religiosas posteriores en Europa. Notre-Dame es también un monumento al patrimonio cultural, donde la belleza, la fe y la devoción a Sta. María se funden en una sola obra. Esta catedral se ha convertido en un símbolo nacional para Francia, y su influencia ha trascendido las fronteras religiosas para convertirse en un patrimonio cultural y artístico universal.
El incendio del 15 de abril de 2019 que dañó gravemente el edificio, despertó un luto y una solidaridad mundial que recordó la importancia de Notre-Dame no sólo para los franceses sino para toda la humanidad. La restauración que hoy culmina ha sido también una forma de recordar y preservar este símbolo del espíritu humano y de la capacidad de superación frente a la adversidad, reafirmando su importancia como icono cultural y espiritual en la era moderna. Y se consagra cuando celebramos que María es Inmaculada, sin pecado concebida, y atrae a la humanidad hacia Dios y la santidad. María nos es camino e intercesora, como Madre de la Iglesia, hacia la santidad y el amor. La devoción a la Virgen en Europa, en particular su presencia en la vida espiritual y cultural, se remonta a los inicios del cristianismo, y antes del Concilio de Éfeso, ya la encontramos representada en las catacumbas de Priscila en Roma. María es nuestra Madre protectora, compasiva y acogedora y hoy le pedimos que acompañe los pasos de los europeos, sabiendo que María actúa como guía e inspiración en momentos de cambio, adversidad y transición. Es la Madre de la esperanza y figura central del Adviento. Ella nos acompañará a lo largo del Año Jubilar 2025.
Los europeos han visto en María un símbolo de unidad espiritual, especialmente en épocas difíciles, como guerras, crisis sociales o cambios culturales. La bandera europea se inspira precisamente en el azul de María y en las 12 estrellas que la coronan (Apoc.12,1). En una Europa moderna y diversa, que se debate entre secularización y fidelidad a sus raíces cristianas, enfrentada a retos como la inmigración, la crisis climática, la unión y la búsqueda de una identidad común, la figura de María puede ser un punto de unión que trascienda barreras culturales o religiosas, una inspiración para construir una sociedad más justa, inclusiva y solidaria, más humana y abierta a la trascendencia. Por eso, pedimos que María acompañe los pasos de los europeos con su amor materno, como símbolo de paz y esperanza, ayudando a mantener vivo un sentido de comunidad, de humanidad y de valores compartidos en medio de la diversidad del continente.