¿Y si fuese posible volver a comenzar? ¿Rehacer los caminos equivocados y volver a nacer? ¿Y si esto que nos parece imposible para el hombre fuese posible para Dios? ¡Llega el tiempo de Adviento! ¡El tiempo de la esperanza! La pequeña y frágil virtud que renace cada mañana y nos mantiene vivos, alegres y despiertos.
El Señor que vino humilde y pobre en el pesebre de Belén, el Señor que volverá glorioso a juzgar a vivos y muertos, y a inaugurar su Reino de gloria, ese mismo Señor ahora quiere llegar a tu corazón, a tu vida, y cambiarla. Y quiere hacerte testigo de esta venida con tus pobres palabras y tu insignificante poder. ¡Pero es que Él lo puede todo! ¿Te lo crees?
¡Viene el Señor! Abrámosle las puertas de par en par, ya que nos regala la primavera de su salvación. Tú puedes cambiar y ser otro. Confía en Él y déjale entrar en tus estancias secretas, en tu conciencia, y no le escondas nada. “Encomienda tu camino al Señor, confía en Él, y Él actuará” (Salmo 37,5), Él ya te conoce y te quiere perdonar… Encontrarás el camino de la felicidad más auténtica, la que calma la sed de amor infinito y verdadero que hay en ti, en cada persona, en todos nosotros…
Me gusta vivir y predicar que el Adviento es el gran tiempo de la esperanza, el tiempo de recomenzar. No está ya todo dicho y hecho en nuestras vidas. Y menos aún en tiempos de pandemia… No tenemos que sentir la atadura de tener que ser como éramos o como los demás creen que somos… Podemos ser, con la ayuda del Señor, tal como Él nos ha querido y no quiere: ¡hijos suyos! Podemos mejorar, cambiar, convertirnos, recomenzar… porque llega la Luz, y quien la reciba quedará totalmente iluminado. Déjala penetrar en ti e irrádiala a los que te rodean. Empieza a creer y a caminar en la dirección de lo que esperas. Eso es la esperanza.
Cristo viene para quedarse a compartir nuestras vidas. Cada Eucaristía es su llegada humilde y llena de la Vida y del Amor que todo lo transforma. Por eso, cada Eucaristía es el don de la esperanza, nos renueva el don del Espíritu Santo y nos envía, unidos en un único Cuerpo, con una misión renovada. Y es que yo, tú, todos, “somos una misión”, dice el Papa Francisco.
En los preparativos de la Navidad, el profeta Isaías nos hace escuchar las grandes profecías de lo que Dios puede hacer si le dejamos actuar y le acogemos con el corazón de niños renacidos. Juan el Bautista nos recuerda que hay que abrir caminos en medio de los desiertos de las existencias grises y perdidas, débiles y vulnerables, que llevamos, para que Dios pueda llegar a todos, especialmente a los más destrozados y empobrecidos. Y sobre todo, la Virgen María, con su humilde esposo San José, nos indican que sólo los limpios de corazón verán a Dios, y nos animan a dárselo todo, sin condiciones, a este Niño Divino que nos será regalado de nuevo en Navidad. Seamos personas de esperanza y sembremos la confianza y la ternura a nuestro alrededor. En el mundo en que nos toca vivir, ésta es la gran aportación de los cristianos: una esperanza llena de amor a Jesús. ¡Gozoso Adviento!
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