En el día del Corpus Christi reencontramos la gran verdad de nuestra fe que el Concilio Vaticano II afirmó con acierto: «La Eucaristía es la fuente y la cima de la vida y de la misión de la Iglesia» (cf. LG 11) Contemplando de forma más asidua el rostro del Verbo Encarnado, realmente presente en el sacramento de la Eucaristía, practicaremos el arte de la oración y nos comprometeremos mejor de cara a la caridad y a la evangelización. “Corpus” es caridad y misión.
Afirma el Papa Francisco: “Nosotros los cristianos tenemos necesidad de participar en la Misa dominical porque sólo con la gracia de Jesús, con su presencia viva en nosotros y entre nosotros, podemos poner en práctica su mandamiento, y así ser sus testigos creíbles (…) Vamos a Misa el domingo para encontrar al Señor resucitado, o mejor dicho, para dejarnos encontrar por Él, escuchar su palabra, nutrirnos en su mesa, y así hacer Iglesia, es decir, ser su Cuerpo místico viviente en el mundo”. Sólo si vivimos de la Eucaristía, seremos mejores cristianos, porque la Eucaristía nos une a Cristo y nos une a todos como Iglesia. Nos identifica y nos hace cristianos. Perseverar en “santificar las fiestas” es hoy un compromiso que debemos vivir con perseverancia, con fidelidad, y enseñarlo a los niños y jóvenes, intentando que se encuentren bien, que participen activamente, que se convierta en hábito y virtud en ellos, porque lo vean en los adultos. No basta con mirarla por la tele. Quien pueda, quien no tenga un obstáculo insalvable de salud o ancianidad, no puede dejar de participar presencialmente en la misa dominical. Debe sentirse miembro vivo de la familia eclesial, uniéndose a su comunidad.
Si valoramos la misa y queremos que sea celebrada en nuestros pueblos y pueblecitos, debemos colaborar más con nuestros sacerdotes. Se agotan nuestras fuerzas haciendo equilibrios para servir a los pueblos. Los curas a menudo van demasiado llenos los fines de semana para ofrecer la eucaristía por todas partes. ¿Podríamos hacer más para que las eucaristías fueran quizás menos, pero mejor preparadas y mejoráramos la celebración con menos prisas, mejorando la actitud de amor al Señor que viene a visitarnos con su presencia amorosa? Si no se puede celebrar cada domingo la misa en nuestro pueblo ¿aceptaremos desplazarnos al pueblo vecino o al mayor, y ayudar a los ancianos a desplazarse, porque no quedemos sin la gracia de Cristo? «No podemos vivir sin el domingo» -decían los mártires de Abitinia (303)-, no podemos dejar de reunirnos, de escuchar la Palabra y comer el Pan de vida, ayudar a los pobres y animarnos en la esperanza y la fe. ¿Tiene repercusión en mi vida, la misa de cada domingo? ¿Apoyamos a los sacerdotes y diáconos, a los laicos y laicas enviados en misión por el Obispo, para presidir una celebración en ausencia o en espera del presbítero? Sin olvidar la oración por las vocaciones y los encuentros de oración comunitaria alternativos, como el Rosario, la Liturgia de las Horas o la lectura y el comentario de la Palabra entre nosotros mismos.
La Eucaristía es el memorial vivo de la Pascua, el evento central de la historia de la humanidad. Debemos amar mucho la misa, tanto la del domingo, la pascua semanal, como también la de cada día. Y amar la presencia real del Señor que nos lleva después a la adoración silenciosa de Cristo, presente en el sagrario o la custodia. Hagamos que la Eucaristía se convierta en el centro de la vida y la misión de la Iglesia y de cada cristiano.