«La esperanza no puede defraudar» (1)

Con este título «La esperanza no puede defraudar» (Rm 5,5), el Papa Francisco acaba de publicar la Bula de convocatoria del Jubileo del año 2025 de la Encarnación del Señor. La esperanza es el mensaje central de este Jubileo, que los Papas convocan cada veinticinco años. Y el Santo Padre Francisco quiere que se convierta en “peregrinos de esperanza”, ya sea en Roma o en las Iglesias particulares. Que pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, la «Puerta» de la salvación (cf. Jn 10,7.9).

Todo el mundo necesita la esperanza, pero nos encontramos con personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. El Papa quiere que el Jubileo sea para todos, ocasión de reavivar la esperanza, la que nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz. El Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en los creyentes la luz de la esperanza: Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga, para apoyar y fortalecer nuestra vida. La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, ​​porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino (cf. Rm 8,35.37-39). He aquí por qué esta esperanza no cede ante las dificultades: porque se fundamenta en la fe y se nutre de la caridad, y de esta forma hace posible que sigamos adelante en la vida. S. Agustín escribe al respecto: «En cualquier género de vida, no se vive sin estas tres inclinaciones del alma: creer, esperar, amar». La tribulación y el sufrimiento son las condiciones propias de quienes anuncian el Evangelio en contextos de incomprensión y de persecución (cf. 2Co 6,3). Pero en estas situaciones, en medio de la oscuridad, se percibe una luz y se descubre que lo que sostiene la evangelización es la fuerza que brota de la cruz y de la resurrección de Cristo. Y esto lleva a desarrollar una virtud estrechamente emparentada con la esperanza: la paciencia. Estamos acostumbrados a quererlo todo e inmediatamente, siempre con prisas. No se tiene tiempo para encontrarse, y a menudo incluso en las familias resulta difícil reunirse y conversar con tranquilidad.

Dios es paciente con nosotros, porque Él es «el Dios de quien provienen la constancia y el consuelo» (Rm 15,5). La paciencia, fruto del Espíritu Santo, mantiene viva la esperanza y la consolida como virtud y estilo de vida. Por tanto, aprendamos a pedir con frecuencia la gracia de la paciencia, que es hija de la esperanza y a la vez la sostiene.

El próximo Año Santo 2025 -cuando también se conmemorarán los 1.700 años del Concilio ecuménico de Nicea, tan importante para la unidad eclesial y la fe en la divinidad de Jesucristo- está en continuidad con los acontecimientos de gracia precedentes y también de futuro, ya que en 2033 celebraremos el Jubileo de la Redención. El domingo 29 de diciembre de 2024, en todas las catedrales se abrirá el Año jubilar y finalizará el domingo 28 de diciembre de 2025, y en S. Pedro del Vaticano el 6 de enero de 2026. ¡Que la luz de la esperanza cristiana pueda llegar a todas las personas, como mensaje del amor de Dios dirigido a todo el mundo! ¡Y que la Iglesia pueda ser testigo fiel de este anuncio!

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