Los sacerdotes y diáconos de la Diócesis de Urgell se reunieron el día 3 de abril, Lunes Santo, para celebrar la Jornada Sacerdotal, que fue presidida por Mons. Joan-Enric Vives, Arzobispo de Urgell, y por Mons. David Abadías Aurín, Obispo Auxiliar de la Archidiócesis de Barcelona, recién ordenado obispo.
La jornada Sacerdotal se inició por la mañana, con la acogida en el Seminario Diocesano de los asistentes. En la Sala de conferencias del Seminario diocesano de Urgell tuvo lugar la conferencia de Mons. Abadías, con el título: «¿Qué es lo que el Pueblo de Dios pide a los sacerdotes?». La presentación corrió a cargo del Arzobispo Joan-Enric, que abrió la Jornada con un saludo dirigido a los presbíteros y diáconos, y con una recopilación de informaciones diocesanas de interés. Felicitó a Mn. Jordi Vásquez, en la celebración de sus 25 años de sacerdocio, que se cumplen este año, y recordó la memoria de los sacerdotes traspasados desde la última Misa Crismal: Mn. Jesús Navas, Mn. Ramon Arderiu, Mn Josep M. Solé y Mn. Ermengol Donisa.
Mons. Abadías estructuró su charla en cuatro ejes:
- Lo que pide el Pueblo de Dios es lo que también nos pide Dios a los sacerdotes: cuando respondemos al Pueblo de Dios respondemos, de hecho, a Dios, haciendo suya la cita “la voz del Pueblo es la voz del Señor”. Mons. Abadías alentó a los asistentes a ir más allá de un ejercicio mental y entrar en un ejercicio del corazón, porque el Espíritu Santo habla en el corazón e intentar descubrir qué nos pide hoy el Espíritu Santo a nosotros como sacerdotes.
- Es necesario escuchar lo que nos dice el Espíritu. Citó el Apocalipsis «quien tenga oídos que escuche». Y también a Von Balthasar, en referencia a la necesidad de ir a lo esencial, invitando a ir hacia el interior y la esencia de cada uno, tratando de estar con Dios, la familia y la comunidad, sabiendo que hemos recibido el don del Espíritu.
- Confianza que sea lo que sea que nos pide Dios, siempre tiene una intención. En este sentido destacó que el Señor nos pide lo que hay que hacer y que, aunque a veces no vemos cómo, éste, como está en nuestro interior, es una semilla que está en nosotros. El cómo está en el corazón. Cristo está dentro y por tanto, todo es posible.
- Por último, propuso tres elementos de acción para el sacerdote de hoy:
Al terminar la conferencia, los sacerdotes fueron hacia la Catedral de Santa María, donde se celebró la Misa Crismal; presidida por el Arzobispo Joan-Enric y concelebrada por Mons. Abadías, así como por la práctica totalidad de los presbíteros y diáconos de la Diócesis de Urgell.
En su homilía el Arzobispo Vives recordó cómo la Misa Crismal anticipa la Pascua y nos la hace presente sacramentalmente y cómo es una Eucaristía que estrecha la comunión del Obispo con los presbíteros y diáconos y con todo el Pueblo de Dios. Exhortó a los presbíteros a tener 4 grandes proximidades: proximidad con Dios, buscando la intimidad con Dios a través de la oración; proximidad con el Obispo, más allá de los gustos o disgustos; proximidad con los compañeros presbíteros; y proximidad con el Pueblo de Dios a quien servimos. El Arzobispo también ofreció a los presbíteros las “Bienaventuranzas del sacerdote” que son las siguientes:
Bienaventurado el sacerdote que considera su ministerio un servicio y no un poder, haciendo de la mansedumbre su fuerza, dando a todos el derecho de ciudadanía dentro de su propio corazón, porque habitará la tierra prometida a los humildes.
Bienaventurado el sacerdote que no se encierra en las rectorías de confort y de gobierno, que no se convierte en un burócrata más atento a las estadísticas que a las personas con rostro, a los procedimientos que a las historias, buscando luchar junto al hombre por el sueño de justicia de Dios, porque el Señor, hallado en el silencio de la oración diaria, será su alimento.
Bienaventurado el sacerdote que tiene un corazón abierto a la miseria del mundo, que no teme ensuciarse las manos con el barro del alma humana para encontrar el oro en Dios, que no se escandaliza por el pecado y la fragilidad de los demás porque es consciente de la propia miseria, porque la mirada del Crucificado y Resucitado será para él el sello del infinito perdón.
Bienaventurado el sacerdote que aleja la duplicidad de su corazón, que evita toda dinámica ambigua, que sueña con el bien incluso en medio del mal, porque será capaz de disfrutar del rostro de Dios, encontrando su reflejo en cada charco de la ciudad de los hombres.
Bienaventurado el sacerdote que construye la paz, que acompaña los caminos de la reconciliación, que siembra la semilla de la comunión en el corazón del presbiterio, que acompaña a una sociedad dividida en el camino hacia la reconciliación, que lleva de la mano a todo hombre y toda mujer de buena voluntad para construir la fraternidad: Dios le reconocerá como hijo suyo.
Bienaventurado el sacerdote que por el Evangelio no teme ir a contracorriente, ofreciendo su rostro, fuerte como el de Cristo dirigiéndose a Jerusalén, sin dejarse frenar por las incomprensiones y los obstáculos, porque experimentará que el Reino de Dios avanza en medio de las contradicciones del mundo.