La vida humana se nutre en la relación y se colma con el sentido

Hermanos en el Señor:

El recuerdo de N. ha reunido a sus parientes y amigos en un cálido acto religioso y de homenaje, arropado por un clima de fe y de esperanza cristianas. En pocas palabras podemos resumir aquello que ocupa nuestro pensamiento y trastorna nuestra afectividad: en el pesar de nuestra alma y en la oscuridad de la fe, no se nos ocurre otra posibilidad que el de confiar el destino de nuestro hermano/a a las manos acogedoras de Dios amor, alentados firmemente por las palabras del salmo: «Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor«.

El fundamento de nuestra firme esperanza descansa en las palabras de Jesús: «En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: ‘todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no le echaré fuera’ (…) Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día«.

Dios únicamente, conoce la intimidad de cada conciencia y las circunstancias eximentes de las decisiones personales. Quien está en las manos de Dios, en buenas manos está.

Dicho esto, desde el fondo de nuestro corazón, reflexionemos unos momentos sobre nosotros mismos para provecho espiritual: Si la muerte es siempre un misterio, en estas circunstancias, mucho más. Si la pérdida de una persona querida deja siempre un resabio de añoranza, vacío y soledad, en casos como éste, se añade una difusa herida de conciencia. Nos queda la duda: si lo hubiera previsto, si hubiese hecho esto o aquello! Con frecuencia nos queda el latiguillo de que habríamos podido hacer mejor las cosas y, aunque es verdad, ello no nos debe atormentar, sino enseñarnos a mejorar.

Nos pueden ayudar estos pensamientos: La vida humana se alimenta de relación y se colma con el sentido. Una vida, cuando se le encuentra pleno sentido y se comparte mediante relaciones positivas, es satisfactoria y feliz. Cuando uno acierta a vivir regularmente una relación profunda y afectuosa con Dios, incluso en momentos bajos, encuentra la salida del túnel y el sentido de lo que le ocurre. Si, en cambio, se vive la relación con Dios en lejanía, no nos queda otra referencia válida que la relación con nuestros parientes, amigos y personas de confianza.

Con frecuencia no estamos preparados para ofrecer a quien la necesita aquella relación positiva, que le daría confianza para reaccionar y salir de la crisis. Por lo menos, podemos darnos cuenta de nuestra limitación, que no nos permite ser eficaces como deseamos. Existen también los estados de salud precaria, de difícil solución. Es, en definitiva, la confesión de nuestra pobreza y de nuestra limitación.

>En nuestros tiempos, más; porque arrastrados por la vorágine de nuestras actividades, vivimos más para las cosas que para las personas. Este es, tal vez, el grave error de nuestros tiempos cuando, a causa de las presiones sociales, la urgencia de ser eficaces ha tomado la delantera a la vida, y las cosas han venido a ocupar el lugar de las personas.

La reflexión que venimos haciendo nos conduce a la necesidad de convertirnos, de quitarnos la coraza que nos ha ceñido la cultura del progreso económico, para volver a los valores esenciales, que son la tierra prometida de una vida, tal vez más austera, pero con más dignidad y calidad. Este deseo y propósito de conversión es el que ofrecemos Dios en sufragio por N., a quien la misericordia de Dios amor y benignidad haya perdonado y acogido en su seno, donde todas las limitaciones serán superadas: «el Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros«.

Lecturas:

  • Lm 3, 17-26
  • Salmo 129, 1-2.3-4ab.4c-6.7-8
  • Jn 6,37-40