Hermanos en el Señor:
La festividad que hoy celebramos es de una gran densidad, debido a la diversidad de motivos que se acumulan y reclaman nuestra atención.
En primer lugar, estrenamos Año Nuevo dentro del cual el calendario se encarga de marcar el ritmo del tiempo, diferente en cada estación, según la climatología, el trabajo, las vacaciones, la siembra, la cosecha, las fiestas. Nuestra vida se irá acomodando a cada situación y se verá involucrada en cosas nuevas y nuevos retos. Pero nosotros creemos que el tiempo transcurre a la presencia del Dios inmóvil y eterno, y nos atrevemos a pedirle su presencia favorable en un nuevo año de nuestra vida; presencia que nosotros percibimos como una bendición. Esta era la bendición que se daba y recibía, al comienzo de cada año, el pueblo de Israel, desde los tiempos de Moisés, y ésta puede ser también la nuestra: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz.
La paz es uno de los bienes más deseables, porque es el marco indispensable dentro del cual nos será posible disfrutar de los demás bienes. Razón por la que hoy todos los pueblos de la tierra clamarán y orarán a favor de un año nuevo aureolado por un clima positivo de paz y bienestar. Pediremos al Dios de la paz, por intercesión del Príncipe de la paz, para que los conflictos en marcha en nuestro mundo, encuentren una salida pactada, para que se silencien las armas y, con un corazón renovado, los responsables de los pueblos, se dediquen seriamente a buscar programas y ponerlos en marcha, para una justa distribución de las riquezas y una convivencia respetuosa entre todas las etnias y pueblos de la tierra, al tiempo que nos dispondremos a ser portadores de paz en nuestro ambiente y a denunciar con valentía aquellas situaciones injustas que son fermento de guerras y violencia. El clima navideño que aún respiramos nos ayudará a vivir y a orar así, al calor de María, Reina de la paz y del Niño, con quien vino al mundo el más auténtico programa pacificador, expresado en el Evangelio por el canto de los ángeles: …en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
La festividad de hoy, octavo día después de Navidad, nos recuerda también que -como nos dice el Evangelista Lucas- Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
El más importante sentido, empero, que la Iglesia quiere dar a esta festividad, es el de celebrar la Maternidad divina de María. Esta es la fiesta más antigua que la Iglesia ha dedicado a María. Desde el Concilio de Efeso, celebrado el año 431, Santa María es invocada con el título de Madre de Dios y, poco después, la Liturgia romana, comenzó a celebrar la fiesta de la Maternidad de María en la octava de Navidad.
Si por María hemos merecido recibir al autor de la vida, de ella aprendemos también la respuesta al don: María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón. En la reflexión y la plegaria darán fruto, también en nosotros, las gestas que Dios ha obrado y sigue obrando en nuestras vidas, con un inmenso amor.